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miércoles, 13 de febrero de 2013

Letras Zurdas

Como deberes, teníamos que escribir un relato en el utilizaramos frases nuestras que apareciesen en los ejercicios, de cinco minutos, de encuentros anteriores. Al inspirarme en unas pautas que me dieron NicolásEly y Jose Luis, el resultado ha sido un texto bastante más largo de lo que es habitual en mí y que podéis leer acontinuación.

Arrepentimiento Tardío


No esperaba que aquel fuera un día distinto a los demás, hasta que el periódico cayó en sus manos. Una curiosidad malsana la llevó a comenzar su lectura por las páginas de sucesos y obituarios. Distraída con tanto asesinato, se sobresaltó al leer una de las necrológicas. Hacía referencia al fallecimiento de Ramón Puig, destacado escritor de novela negra, con el que, hacía unos cuantos años, había vivido un tórrido romance, y del que no tenía noticias, desde hacía mucho tiempo. La última vez que coincidieron había sido, poco antes de que él desapareciera, en un programa de televisión en el que Ramón tuvo una disputa con un periodista de El Comunicador sobre los últimos recortes del gobierno que afectaban, sobre todo, al ámbito de la cultura. Un enfrentamiento tan violento que acabó con la expulsión del plató de ambos tertulianos. Después de esto, solo habían hablado el día en el que él la llamó para despedirse, antes de volar hacia Marruecos, donde pensaba pasar una larga temporada, consciente de que necesitaba tranquilizar su estado de permanente irritabilidad. Cerró el periódico y se dejó llevar por el recuerdo de su voz cuando la llamaba Mi pelirroja; de los silencios que habían compartido uno en brazos del otro; del amor volcánico que habían sentido, hasta que, sin más explicación, él comenzó a acusarla de querer sacar provecho de su relación, de querer beneficiarse de las personas que le podía presentar. Así día tras día hasta que le dijo que no podía confiar más en ella, que, desde que la conoció, no podía escribir, que ella le chupaba la sangre y le dejaba sin ideas, que era nociva para su creatividad, que todo había acabado y que no quería volverla a ver.
Unos recuerdos que la entristecieron pero, no lo suficiente, como para que no quisiera saber qué había ocurrido. Llamó a Jesús, el mejor amigo del novelista y compañero suyo en la radio, y quedaron para cenar. Aquella noche, en homenaje a Ramón, se puso aquella falda de colores que a él tanto le gustaba y se dirigió hacia el restaurante donde habían quedado. Se dejaron de preámbulos y la conversación giró, en todo momento, sobre el fallecido. No había mucho que contar. Aunque Ramón pasó unos años aislado de todo lo que pasaba en nuestro país, en los que solo mantuvo el contacto con unos pocos amigos, no encontró la paz que buscaba y lo único que había escrito era  un libro de tauromaquia y otro de relatos cortos, que todavía no se había publicado. De la manera que había muerto y de sus últimos días, Jesús no quiso contarle nada. Le dio un ejemplar del libro y le dijo que lo que quería saber lo encontraría entre sus páginas. Se despidieron con un fuerte abrazo, unas palabras cariñosas y con la promesa de reunirse de vez en cuando.
No comenzó la lectura en seguida, necesitó unos días para poder enfrentarse a una historia que, intuía, le dejaría una herida en su corazón. Transcurrida una semana, se sentó en su sillón preferido y abrió el libro. Lo primero que encontró fue una dedicatoria: Tus cabellos de fuego arden en mis recuerdos. Las lágrimas bañaron de tristeza sus mejillas y, durante unos instantes,  dejó salir el dolor que tanto tiempo reprimía, hasta sentirse tan vacía que, nada de lo que leyera, podría con ella.
En los primeros relatos se vislumbraba el convencimiento de que ella le había mentido al decirle que le amaba; en los siguientes, su ánimo se había calmado y empezaba a dudar de sí mismo, de si no estaría equivocado; en los últimos, le pedía perdón, se lamentaba de su error y de su incapacidad de enmendarlo. El epílogo era una despedida. En él hablaba de un tuareg que, ante un destino que lo obligaba a abandonar, para siempre, su vida nómada, se adentraba en el desierto en plena tormenta de arena, sin agua y sin más compañía que las estrellas y el paisaje que tanto amaba, para dejarse morir.
Concluida la lectura, ya no quería saber la manera en la que Ramón se había ido, qué más daba, sus palabras quedarían para siempre. Una lástima que, solo ella y unos pocos, supieran cuánto amor se escondía entre ellas.
 

viernes, 18 de enero de 2013

¿A qué hueles hoy?

                      


Foto  Marilele & Hache
 Acerco la nariz a tu boca y el perfume del Rouge 56, con el que la coloreas, recuerda el olor de las ciruelas. Te doy un mordisquito en el labio  y tú dibujas una sonrisa. Paseo la lengua por tus dientes para encontrarme con tu lengua, húmeda, caliente, sabrosa. Te picoteo con pequeños besos mientras me lanzo por el tobogán de tus pechos y aterrizo con suavidad sobre  el vello aterciopelado que te cubre el vientre y juego a dibujarte la circunferencia del ombligo e inspiro su olor a miga de pan. Desciendo por los muslos atléticos hasta llegar a unos pies que huelen al cuero de esos zapatos de salón que tanto me excitan. Contengo las ganas de comerme cada uno de sus dedos y me contento con chuparlos despacito, uno a uno. Un  fuerte olor a aceitunas me guía hacia  el clítoris pequeño, salado, que escondes entre las piernas y que descubres para que lo acaricie, lo lama, hasta que, de tus poros, emane el aroma intenso, ácido, de tu orgasmo.

martes, 15 de enero de 2013

I Carrera Verde




                                                Ilustración de Carmen Martínez


Dama de noche

A cada día gris y plomizo, en el que el único juego era trepar a los árboles calcinados, con el propósito de ser el primero que encontrara una señal de vida entre las ramas, le  seguía una noche en la que las pesadillas, por la aventura frustrada, invadían nuestros sueños.  Como cada noche, mamá nos consolaba con bellas historias, en las que las calles estaban repletas de jardines que nos impregnaban del intenso aroma de sus jazmines, y las rosas de los tiestos de los balcones daban pinceladas de color.  Después nos besaba con ternura y nos prometía que, algún día, nuestros deseos se cumplirían.  Así pasamos las semanas, los meses, envueltos en una triste monotonía, hasta que un sueño de ensueño, en el que, subida a mi triciclo, paseaba por el cielo  y lo sembraba de amapolas, encendió una llamita de esperanza en mi pequeño corazón. Aquella mañana todo transcurrió como de costumbre: contamos hasta diez y  la carrera comenzó. Todos salieron en estampida menos yo, ese día había decidido quedarme en casa y buscar bajo la ceniza que cubría el jardín.  Después de un par de horas de infructuoso trabajo, cuando estaba a punto de abandonar, me senté  a los pies del árbol preferido de mi abuelo  y empecé a apartar las hojas secas. De este modo  se cumplieron mis deseos y gané el juego. Gracias al diminuto brote de la "Dama de noche" que encontré  entre sus raíces y que, todavía hoy, mientras veo a mis nietos correr entre las flores, acompaña mis noches con su perfume y trae a mi memoria las dulces palabras de mamá.



El Repollo que me pasó el relevo fue Carmen Martínez (ilustradora), desde Cirujanos de letras, y yo se lo paso al Repollo Mei Morán (escritora), en Mei Morán.
Si queréis más información, os podéis dirigir a Luisa Hurtado, de Microrrelatos al por mayor, alma de esta carrera.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Un cuento antes del fin del mundo



No lo sabrá...
—Cómo te pareces a tu madre: tienes sus mismos ojos, la misma mirada vivaracha que destaca en su carita de pena.
—Cómo te pareces a mamá: la gallina que extiende sus alas para protegernos a todos. Has heredado su calma, su energía, incluso, ese pequeño mal humor, con el que nos sorprende de vez en cuando.
Recuerdo estas palabras mientras observo la foto de mis padres, en la que ella, sentada de frente, sujeta la mirada del fotógrafo, y él, presta atención a alguno de nosotros cuatro o, como me gusta pensar, llevado por su timidez, intenta pasar desapercibido. Pero, pese a lo que he escuchado toda mi vida, veo en el perfil de papá mi misma nariz, recta y prominente, la redondez de mi cara, e imagino su sonrisa socarrona, su risa maliciosa, en la que tantas veces me he visto reflejada. Una imagen tierna y feliz, como ha sido la mayor parte de mi vida. Unos minutos de ensoñación que me dan algo de sosiego y me alejan de lo que ocurre a mi alrededor. Una calma que solo dura unos instantes, hasta que el ruido de las explosiones, los gritos de terror,  cada vez se oyen más cerca, anunciando que la hora del final se aproxima.  Dejo la foto en la mesilla, bebo del vaso en el que he vertido el veneno, me tumbo con cuidado, entrelazo mis manos a las de mi marido, que yace abrazado a nuestra hija, y, mientras espero a que me venza la muerte, dejo que las lágrimas resbalen por mis mejillas al pensar que, mi niña, no  tendrá la oportunidad, ni siquiera, de saber... a quién de los dos se parecía.
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Con este relato participo en el evento Un cuento antes del fin del mundo, organizado por Acuática. Hemos participado 69 relatistas, con un número tan erótico, seguro que encontráis muchas historias para pasar un buen final. Pinchad aquí y a ver qué os cuentan.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Taller de Nicolás

Los deberes consistían en escribir dos microrrelatos independientes que, a su vez, tuvieran que ver el uno con el otro, es decir, que las historias se entremezclaran.

Este es el primero que escribí:

En Texas no se libra ni Dios
ANGELRNAVA
Tras arduos interrogatorios, apoyados principalmente en el informe forense que redacté después de un exhaustivo estudio gestual de la detenida, el jurado llegó a la siguiente conclusión: ¡Culpable de homicidio! ¡Condenada a la pena de muerte! El intento, por parte del abogado defensor, de crear una duda razonable, presentando un recurso, amparado en el historial médico de la acusada, fue desestimado, por lo que la ejecución se llevó a cabo al mes siguiente. Llegado ese día, me ofrecí a acompañar a la familia de la víctima y así confirmarles que, en cuanto comenzó el ritual de preparación de la inyección letal, vi miedo y súplica en los ojos de aquella zorra tetrapléjica.
Y este es el segundo:
Me levanté con el pie izquierdo
Llevaba esperando horas a que la ATS, que tenía que venir a levantarme, hiciera acto de presencia. Desde las ocho, que era su hora de llegada, hasta las diez, hora que marcaba el reloj, habían pasado 120 minutos en los que mi desesperación e ira habían aumentado hasta colmar el límite de mi paciencia. Así que decidí estrenar la grúa, que dos días antes habían instalado sujeta a la cama y que se accionaba con mi respiración. Sople una vez y el mecanismo se puso en marcha. Di dos soplidos y el arnés, que colgaba de la polea y que me sujetaba, me levantó; tres soplidos y fue llevándome hacia el lado izquierdo, cuatro respiraciones y me dejó con delicadeza sobre la silla de ruedas que tenía junto a mí. Una acción tan agotadora que, cuando acabó todo, di un hondo suspiro sin tener en cuenta lo que significaba aquella orden. El asiento de la silla se levantó con tanta fuerza que me lanzó por los aires en dirección a la ventana, con tan mala suerte  que estaba abierta y su cristal no sirvió de freno. Diez segundos terroríficos de caída, a la espera del duro y mortal impacto con el suelo. Pero no fue así, caí en blando. De lo que ocurrió a continuación no recuerdo nada más que las sirenas de la ambulancia y de la policía y el cuerpo de mi enfermera debajo del mío.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Encadenados

Jose Luis Sandín propuso, en el taller que compartimos, que escribieramos un texto con las palabras abracadabra, pingüino y nariz. Como ese día falté a clase, aprovecho la segunda oportunidad que me ha dado Nicolás Jarque,  en el grupo Encadenados , para escribir mi relato. Os animo a que os paseéis por facebook y dejéis vuestro micro.

Aquí está el mío:


¿Las apariencias engañan?

Tenía unos ojos maravillosos que cuando la miraban la desnudaban; una nariz larga y prominente que, si los pronósticos eran ciertos, auguraba un miembro inferior, digno de ver y disfrutar; unos brazos con los que la estrujaba hasta dejarla sin respiración; un culo y unas piernas prietos, ocultos bajo unos vaqueros que ella, una noche tras otra, soñaba en soledad, con quitárselos. Y por fin había llegado el día. Se besaron, se chuparon, se olieron, mientras se quitaban la ropa enloquecidos y la temperatura de sus cuerpos iba en aumento, hasta que, en el momento en el que ella creía que iba a desmayarse de tanta excitación, él gritó ¡abracadabra! a la vez que se quitaba los calzoncillos. ¡Qué chasco! Su nariz no tenía nada que ver con aquel pene de pingüino*, entonces recordó aquel artículo que hablaba sobre la sexualidad depravada que encubría el aspecto inocente de esos animales y decidió descubrir qué habilidades ocultaba el objeto de su deseo.

*Para poder utilizar esta palabra, me he permitido la licencia de adjudicarle pene a un animal, que carece de él.


viernes, 12 de octubre de 2012

Concurso


 Los primeros deberes que nos ha mandado Rosario Raro, la profesora del taller al que me he apuntado, tienen como destino, o no, presentarlos a un concurso del que os dejo aquí el enlace, por si os interesa.
Como soy como soy y todo lo dejo para última hora, he escrito el relato 15 minutos antes de que acabara el plazo que nos marca ella, así que ha salido lo que ha salido; pero estoy contenta, por lo menos, hoy, he cumplido mi propósito de no fallar a los compromisos creativos.
A continuación:


Mi amor en cuatro palabras

Amor mío,

Tres minutos en soledad y ya quiero hacer las maletas y seguirte adonde vas. Estos dos meses han pasado tan rápido que tengo la sensación de que aún estoy conteniendo el primer suspiro. Te quiero. Ya lo sabes, solo me atrevo a decírtelo  por carta; algún día, de los que me pierdo en tu mirada, seré dueña de mi voz y, aunque sea en un susurro, te contaré un cuento de amor en el que los protagonistas llevarán tu nombre y el mío. De momento, confórmate con cuatro palabras amorosas y mi cuerpo encadenado al tuyo. Uf, todavía conservo el calor de tus manos en mi piel, el sabor de tu boca,… te dejo un minuto para dejarme llevar por el deseo.
¡Qué tortura despertar a la solitaria realidad! ¡Y todavía quedan 60 días para tu regreso! Me río de los planes que hicimos, ¿dejar pasar un mes antes de ir a verte? ¡Ni hablar! Ahora mismo compro el billete y en siete días estoy a tu lado, ya llegará el tiempo en el que prefiramos querernos en la distancia y en el que nos guste más oír nuestras voces a través de la línea telefónica que a solo unos centímetros.
No voy a decirte la fecha de mi llegada; ya me conoces, me gusta jugar al escondite. En una semana, búscame, allí estaré.
TQ, Ana.

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La ilustración la he encontrado en el blog http://rifdibujos.blogspot.com.es/