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viernes, 30 de agosto de 2013

Relatos de dos rombos, o no






Llevo tantísimo tiempo sin escribir que he perdido la perspectiva y no distingo la calidad de lo que he escrito, y si, ya antes, no solía corregirlos y los publicaba tal cual por qué no ahora, así que os lo dejo a vosotros; las críticas, los comentarios, serán, muy, muy, muy, bienvenidos.
Los textos siguientes comparten alguna frase porque están escritos durante la misma noche. Como con el primero no supe continuar, volví a empezar.

Aquí va un poquito de calor para estas noches tan desapacibles del Mediterráneo.

Déjate llevar


No hace falta que sigas tarareándome  al oído  Déjate llevar, no he olvidado su letra. Desde aquel día, en el concierto de Coque Malla, en el que te conocí, no he dejado de cantarla. Sé que esta vez es distinto, antes era yo la que quería que te dejaras llevar y ahora eres tú el que me persigues, el que quiere que levante el pie del freno. De momento no lo estás haciendo mal, el calor de tus manos al recorrer mis muslos, me ha cortado la respiración. ¡Qué absurda! No paro de hablar, estoy aterrorizada. No miento cuando te digo que siento como si fuera la primera vez, cuántos años han pasado sin que nos hayamos visto. Bésame y a lo mejor guardo silencio. ¡Ay!, tus labios.  ¿Si abro los ojos estarás ahí o este será otro de mis sueños en los que me pierdo entre tus brazos y me besas y me muerdes? Mírame mientras nuestras lenguas se enredan, tu saliva sigue recordándome el sabor de la fruta, no quiero parar aunque me falte el aire. Tus dedos se acercan al elástico de las braguitas y, aunque me asusto y te digo que pares, abro las piernas. Apartas la mano sonriéndome, veo en tus ojos cómo disfrutas.






¿Cómo voy a dormir si el calor de tus manos no desaparece de mis muslos? Este fue el primero de los mensajes que él recibió aquella noche. ¿Ahora, qué quería? Hacía una hora que le había dicho que quería acostarse con ella y lo había rechazado. No le contestó. A partir de ahí se sucedieron cuatro mensajes más. “Todavía me duelen los labios por tus besos”. A él también. “Me gustaría que nuestras lenguas se volvieran a enredar y beber de tu saliva”. La de ella le había recordado el sabor de la fruta. “Quiero que me acaricies”. Cómo. En el cuarto mensaje le enviaba una foto en la que se la veía desnuda y le decía que la llamara por Skype. Estaba tan excitado que no se lo pensó. Cogió el portátil, se tumbó en la cama y la llamó. Un minuto después la tenía frente a él, al otro lado de la pantalla. Estaba sentada delante del ordenador, no se le veían mas que la cara y los hombros. Sin decirle una palabra, comenzó a acariciarse la boca, a lamerse los labios. Él se mordió los suyos. Se acarició el pelo, moviendo la cabeza lentamente, de un lado para otro, y sonrió al oírlo suspirar. Le pidió que guardara silencio, se desnudara; quería ver cómo desabrochaba los botones de la camisa hasta dejar su torso al aire y le pedía que pasara sus manos por él hasta llegar a la cintura, que se quitara los pantalones y se quedara de pie. Entonces ella también se levantó, dejándole ver unos pechos grandes, la curva de su cintura, de sus caderas, unos muslos potentes que enmarcaban  la pelusilla de su pubis. La vio chuparse los dedos, dibujarse el contorno de la barbilla, descender por el cuello, juguetear con los pezones, deslizarlos por el  vientre, comenzar a acariciarse entre las piernas, mientras le ordenaba que se tocara, primero suavemente, después un poco más deprisa, que acelerara el movimiento de su mano para acompasarlo al ritmo de sus dedos. Con la voz entrecortada le dijo que siguiera, “más rápido, más rápido”. Dejó de hablar. Solo se escucharon los jadeos y el roce de sus manos con la piel hasta que la vio arquear la espalda, a la vez que un grito de ella atravesó la pantalla y lo arrastró a un orgasmo intenso, paralelo. Se quedó quieto, con los ojos cerrados, intentando frenar los latidos del corazón y calmar su respiración descontrolada, antes de levantar la mirada. Pero el aviso de un mensaje sonó en el móvil. Fue el quinto y último de aquella noche. “Ven, ahora sí quiero que seas tú con tus labios, tu lengua,  tus manos y tus dedos…”