Aprovecha que está dormido, y sus ronquidos amortiguan el sonido del teclado, para hacer una llamada de auxilio, no sabe a quién. Hasta ahora ha podido controlarla, pero sabe que esa sombra oscura que la persigue cada vez se adueña de más partes de su alma y teme que un día despertará y habrá desaparecido para dar paso a ese demonio que la acecha. Tiene miedo, cada día se levanta y sigue la misma rutina y cada día, cuando abre el botiquín, ve un tarro nuevo y no recuerda cómo ha llegado a parar ahí. Y se pregunta...
-¿Qué pasará mañana?¿Me levantaré y sabré hacer el brebaje perfecto para que él muera y nadie descubra mi culpabilidad?
Y así será.
Juré vengarme, pero no puedo más. Nunca pensé que me convertiría en una asesina, ni que tuviera que eliminar a tantos, pero alguien tiene que hacer algo; asumo que la furia de los dioses caiga solo sobre mí. Él me mató y, ahora, yo los mato uno a uno. Me apodero del cuerpo y la mente de las víctimas y las libero de su verdugo y de su culpa, borrando todo rastro, todo recuerdo. Pero quiero que esté cerca el día en el que las torturas, las muertes, acaben y así poder descansar en paz. Y si no, que, por fin, los hombres tomen mi relevo.