Visitas

domingo, 8 de septiembre de 2013

Verídico a medias o menos





El Mirón, Max Fund



¡Sorpresa!

No sabe que cada día, sobre las 8, hora en la que se levanta, me acerco a la esquina de la calle desde donde puedo ver el  balcón de su dormitorio, a la espera de cualquier movimiento de las cortinas. Si estuviera en el primer piso de la finca de enfrente, conociendo lo poco cuidadosa que es,  podría distinguir su silueta desnuda delante del espejo de su armario, mientras elige qué prendas se va a poner.  Sé que disfrutaría viendo cómo se cubre los pechos con un sujetador claro, no le gustan los colores llamativos en la ropa interior, y cómo escoge el tamaño de sus braguitas, según se vaya a poner un pantalón ajustado o un vestido vaporoso. Pero me conformo imaginando sus movimientos, a la vez que esquivo las miradas curiosas de los vecinos. Alguno de ellos ha empezado a incomodarse, por lo que tendré que agenciarme alguna excusa que justifique mi presencia, diaria  e impasible, o, lo mejor, comenzaré a saludarles. Un hola a tiempo y sonriente eliminará cualquier sospecha y convertirá mi persona en una más del barrio; pasaré a ser alguien de confianza. Aunque esto lo dejo para otra ocasión. Ahora son las 8.45, hora en la que sale presurosa para irse a trabajar; oportunidad que aprovecho para colarme en el portal, subir las escaleras, acercarme a la entrada de su casa, apoyar la frente en su puerta e inspirar la estela de su perfume. No puedo evitar la erección que me provoca y me escondo en un rincón del rellano para desahogar esta excitación tan dolorosa. Paso las horas siguientes deambulando por las calles, descontando los minutos que quedan para su regreso. Horas interminables  que merecen la pena cuando la veo aparecer, con un aspecto mucho más desaliñado, que me inspira unas ganas terribles de cuidarla. Sabría cómo reconfortarla. Pero aún no es mi momento, ahora tengo que resignarme con las tres o cuatro llamadas que le haré a continuación. Primero me quedaré en silencio, después será un suave jadeo lo que escuche y, como regalo final, la deleitaré con una respiración agitada mientras me masturbo al escuchar su voz, asustada, cuando me pregunta quién soy. No puede engañarme, lo sabe y me desea lo mismo que yo a ella. Le gusta jugar tanto como a mí, sino ya habría avisado a la policía. No me importan sus insultos, sus gritos, pidiéndome que la deje en paz, ya queda poco para que pueda mirarme a los ojos, muy cerca el uno del otro, y confiese sus verdaderos sueños. Lo desea, si no ¿por qué dejó olvidadas las llaves en la cerradura? Me divierten sus despistes fingidos. Comienza a anochecer y el momento, con el que los dos hemos soñado, se acerca. Subo lentamente las escaleras, recorro el pasillo, me detengo delante de su casa; necesito controlar la emoción del encuentro e inspiro profundamente mientras abro la puerta. Me recibe tal oscuridad y silencio que mis fantasías se descontrolan. Recorro con la mirada el espacio en el que tantas veces la he imaginado desnuda, sumisa. Una suave luz se distingue al fondo del corredor, sonrío mientras me acerco al dormitorio en el que sé que me espera. Abro con cuidado, entro en la habitación en el instante que un dolor intenso me ciega. Cuando recupero la visión la veo de pie delante de mí, me observa con una mirada que me aterroriza. Se sienta a horcajadas sobre mi cintura, acerca sus labios a mi oído y  con  voz muy suave me susurra, mientras juguetea con las tijeras que lleva en la mano: “¡inocente!, el juego comienza ahora”. 

Basándome en algunos hechos que me han ocurrido este verano, sobre todo en unas llamadas que he recibido un par de días, he escrito este relato de ficción. Ficción que se puede hacer realidad, si me topo con el autor de las llamadas. Yo y mis tijeras (no he equivocado el orden) sumaríamos, a la lista, un nuevo "castrati"