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martes, 27 de septiembre de 2011

Sueño de espera

Lo conocí en la iglesia, estaba sentado dos filas por delante. Llamó mi atención porque era el único que tenía el pelo color rojo, una rareza en mi pueblo. Esperé al termino de la misa para verle la cara. ¡Qué mirada! Se cruzó con la mía y me dejó sin aliento. Así comenzó nuestro amor, domingo tras domingo. Unos me sentaba en primera fila para que con su aliento acariciara mi nuca cuando se arrodillaba, otros nos sentábamos en el mismo banco y  rozaba mi mano cuando volvía de comulgar. Un baile de roces, suspiros, miradas. Por fin se decidió y se acercó a saludar a mis padres, acompañado por el cura, el mejor aval de aquellos años. Y empezaron los paseos por el parque, en la compañía de mi hermano mayor; las visitas a tomar café y jugar a las cartas y las despedidas interminables a través de la ventanita enrejada que tenía el portón.  Así pasaron ocho años hasta que, una vez acabada la milicia, pudimos casarnos. Le quería tanto. Le quiero tanto. Un pelirrojo apasionado con el que he tenido cuatro hijos. Sesenta años de matrimonio, y no ha habido día que no espere a que vuelvas del campo, sentada al fresco del zaguán y con el portón abierto de par en par.
             

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  Bella durmiente en Arcos de la Frontera

lunes, 26 de septiembre de 2011

Desahucio

Tiró a la basura las llaves, de tanto ímpetu que le dio a la bolsa. Se quedó mirando al contenedor,  esperando verlas aparecer por la ranura de la tapa. Pero, no, prefirieron mezclarse con los deshechos y dejarla en la calle. ¡Qué aventura! Seguro que, después de la discusión que habían tenido, no le iba a contestar ni al teléfono, ni al portero automático. Trepar por los balcones, imposible con su vértigo. Así que esperó a la llegada de un vecino para colarse en el portal. Pasó la noche contando las horas que faltaban para que él saliera a trabajar. Llegó la hora, se abrió la puerta, ella lo empujó, se coló en casa, dio un portazo y pasó el cerrojo. Esta vez no le había mirado a los ojos, ¿sería capaz de cambiar la cerradura? A fin de cuentas, aunque el director del banco ya se hubiera instalado, el piso todavía era suyo.

____________________________________________________________Después de haberlos escuchado, entiendo porqué leyeron en RCCS el relato de Nicolás y porqué ganó el de CDG.
Enhorabuena!!!!!

domingo, 25 de septiembre de 2011

Abrazo


Dejo pasar las horas con la mirada fija en sus manos. Me gustan. No son muy grandes, pero sus nudillos me parecen tan masculinos. A veces su voz me aparta de mis sueños. Es un momento mágico. Estamos sentados en el mismo sofá, bajo la luz anaranjada de la lámpara, y con la voz de Charlie Parker como banda sonora. Sobran las palabras. Nos abrazamos; él sabe que debe apretar hasta dejarme sin aliento. Me besa y susurra que me quiere. Al sentir su aliento cálido me estremezco. Y, de nuevo, mi cuerpo y mi cabeza se ponen de acuerdo: no puede haber nadie más.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Eros

Sus dedos se enredan en mi pelo al apartarlo de mis ojos. Acaricia mi nuca y con un dedo recorre mi espalda. Coge mis caderas y acerca nuestros cuerpos. Me abraza. Noto su aliento en mi oreja y me estremezco.
Me besa los hombros, el cuello, la mejilla, y mis labios, ansiosos, buscan los suyos. Me doy la vuelta y pego mi pecho, mi vientre, mis muslos. No quiero que quede ni un centímetro de mí que no roce su piel.
Le beso, primero con cuidado, luego le beso apretando nuestras bocas. Mojo sus labios y nuestras lenguas se encuentran y comienzan un juego que acelera nuestra respiración. Me lo quiero comer.
Su pene crece, se endurece y mi clítoris empieza a latir. Los acariciamos, los besamos, los chupamos.
Quiero que esté dentro de mí. Me siento a horcajadas encima de él. Me penetra y una ola de calor sube por mi columna hasta mi cara. Y comienzo a moverme, primero lentamente para acompasar nuestro ritmo y, poco a poco, el movimiento se vuelve más rápido. Pone una mano en mi pubis y la otra en mi espalda dirigiendo mi cuerpo. Noto el calor de su mano. Pregunta si la siento, si me gusta. Le vuelvo a besar... sus labios están ardiendo.
Ya no puedo más y se lo digo. –Sigue-. Al oír su voz me abandono. mi cuerpo se arquea y ya no oigo nada. Un minuto en el que estamos solos su pene y mi orgasmo. Mi mente se nubla de placer.
Después la calma, el silencio, las caricias y las prisas. Se viste, me visto, nos vamos, nos besamos. No le pregunto su nombre.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mi vida con Millás


                                                  Imagen del libro Elecktroschutz

La nevera
¿Cuántas veces habré oído? "No abras la nevera si vas descalza, acuérdate de Carmen, que murió electrocutada". Y, aún así, sigo jugándomela de vez en cuando, esperando volver a tener suerte y que a mí no me toque.
Ana C.

A+/- a 1 cm del final
http://www.cadenaser.com/actualidad/audios/ventana-primera-hora-2010/seresc/20100205csrcsr_12/Aes/%3ELa

jueves, 22 de septiembre de 2011

La Huida

La cena se enfriaba en la mesa y, por más que te llamaba, no me hacías caso. Así que con manos temblorosas fui retirando los platos, los cubiertos, pero dejé tu copa. Me vestí, maquillé las señales de dolor, vacié la caja fuerte, dejé una nota de despedida y abrí la puerta de la calle. Al oirte gritar -¿dónde está la cena?- di un portazo y salí corriendo. Imagino que te extrañó el sabor a almendras amargas del vino, pero es que  lo pusiste en bandeja cuando, delante de todos, me dijiste -si me dejas, me mato-. Ahora, gracias a ti,  estoy a salvo, nadie me busca, y, tú estás más que muerto y enterrado.

                                         Cementerio de Estambul

Mi cuerpo


                                                                               Marilele

¡Qué envidia me da el cuerpo de mi sombra!
Tan delgado, tan alto, tan moreno.

martes, 20 de septiembre de 2011

El Coleccionista

Dos palmadas en el culo, otras dos palmadas más fuertes en el culo. Está detrás, me dobla el brazo y lo retuerce. Me empuja contra la pared y me golpeo la cabeza; me he hecho daño. Me quejo, me da la vuelta y me abofetea. No le miro, me da miedo. Separa bruscamente mis piernas, me cuesta no caer. Me muerde los labios hasta que sangran, lloro. Lame mis mejillas, mis lágrimas. No quiero sentir su aliento en mi cara. Me ata las manos a la espalda y comienza a olerme la boca, el cuello, los pechos, el ombligo, el pubis, quiero golpearle para que pare. Lo sabe, me mira, sonríe y  vuelve al pubis. Me tira al suelo, me arranca la ropa. Grito aterrorizada. Me arrastra hasta el baño, sé lo que me espera. No quiero que me duela, porfavorquenomeduela. Está contento, se ríe, me va a matar. Me mete en la bañera, acerca el cuchillo a mi cuello y noto un dolor insoportable. Oigo cómo la sangre sale a borbotones. No puedo respirar, quiero que esto acabe. Estoy muy cansada, tengo sueño, me duermo. Sé que cumplirá su promesa, me coserá los párpados y me dejará junto a las otras.



Falté a la promesa, la dejé junto a las otras pero aún no le he cosido los párpados, tiene unos ojos verdosos tan bonitos que parece que me miran como si aún estuviera viva. Viva. Eso es lo que le gustaría a su madre. Si supiera cuánta razón tenía cuando le gritó, cansada de advertirle que no fuera sola, ¡tú sabrás lo que haces! Por que lo supo, ya me encargué de que se enterara del riesgo que trae salir sola de madrugada. ¡Qué inocente! La cara de alivio que puso cuando me reconoció, al otro lado de la calle. Le faltó el tiempo para llamarme y pedirme si podía acompañarla hasta casa. ¡Cómo no! Diez años esperando a que la vecinita creciera y, por fin, había llegado la gran noche. 17 tiernos y voluptuosos años entre mis brazos. Un peso pluma para atar, arrastrar, desangrar. Y esos gritos tan infantiles llamando a su mamá, suplicando que la oyera su papá. Papá, mamá, mis grandes amigos, ahí  están, esperándola al otro lado del tabique. Cuando acabe el desayuno, les daré un besito a todas y pasaré a consolarlos. Es tan gratificante ayudar a un amigo.


Menos mal que ha venido a hacernos compañía, solos nos estábamos volviendo locos. Tan locos que anoche creí oírla, fue como un susurro que me llamaba, que llamaba a su padre.  Parecía que su voz viniera de la casa de al lado. Una alucinación que no he querido contar. Qué me diría él, que la quiere tanto. Tanto  que he llegado a pensar que la quiere más que si fuera su propia hija. Pasa su mano por mi espalda, lo abrazo, nos quedamos en silencio.  Noto cómo caen sus lágrimas sobre mi pelo, me reconforta y me da lástima. Cuántas veces le oí bromear con ella y decirle ¿a que cuando seas mayor te casarás conmigo?  Me siento tan culpable. ¿Por qué no cerré la puerta con llave y le prohibí salir? ¡Qué va a saber ella lo que le puede pasar! ¡Es tan confiada! ¡Hay mi niña, dónde estará mi niña! No aguanto este dolor, me quiero morir. Sé que le han hecho daño, que está muerta. Nunca aparecen vivas. A veces, ni sus cuerpos aparecen.

Alguien la ha hecho desaparecer. Observo a todos como si, cada uno de ellos, fuera el sospechoso. No puedo evitar recordar todos los casos que salen en las noticias. En la mayoría, el culpable es un conocido. Mi mujer llora desconsolada, pero yo no puedo, tengo que vigilar por si veo algo raro que me dé una pista. La policía nos ha dicho que pensemos quién sería capaz de llevársela. Y he hecho una lista de todos nuestros amigos, familiares, de sus amigos, de sus compañeros y todos me parecen inocentes y culpables. No quiero pensar en nada más, no quiero pensar en que si la hubiera acompañado no sentiríamos este miedo, que ella estaría aquí. Como siempre, como cada día, con nosotros tres. Lo miro y me doy cuenta de que su presencia es importante en nuestras vidas. Pocas veces han pasado más de dos días sin que visitara nuestra casa. Es un buen amigo. Lo curioso es que a medida que voy tachando nombres, por ridículos e  imposibles, cuando llego al suyo me lo salto. No sé porqué pero lo dejo para más adelante.


He vuelto a casa con ellas, aquí es donde me siento más seguro. Creo que le voy a coser los párpados, ahora sus ojos me miran como los de su padre. Hoy he notado cómo la duda aparecía en su mirada. Dentro de nada la sospecha le llevará a dar mi nombre a la policía. Ingratos, dónde mejor que conmigo puede estar ella. Nadie las ha cuidado tanto como yo. Aquí están, cada una en su camita. Incluso algunas, para que no se sientan solas duermen juntitas. Tan bonitas, tan quietas, tan calladas, tan dóciles. Como a mí me gustan las mujeres. No nos separaran, lo tengo todo planeado. Aparto los muebles, extiendo la alfombra, las tumbo formando un círculo y me acuesto en el centro. He dejado cerca de mis manos lo que necesito, así que sujeto los párpados, empujo la cuchara y  haciendo palanca  hago saltar mi ojo izquierdo. Hago lo mismo con el otro ojo. El dolor es insoportable pero no quiero, si sobrevivo, ver nada más que no sea a ellas. Alargo la mano y cojo el cuchillo. Me corto las venas de las muñecas, tengo que ser rápido, tengo poco tiempo antes de perder la conciencia. Me despido nombrándoos una a una y rebano mi cuello. Con toda esta sangre,  vuestra ropa se empapará, y estaremos más cerca que nunca. Cuando nos encuentren pensarán que estaba loco, les parecerá terrorífico ¿es que no saben hasta dónde se puede llegar por amor?

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El padre insiste, quiere que hablemos con el vecino. Desde la última vez que estuvo en su casa, ya han pasado cuatro días y, en 15 años, nunca han estado tanto tiempo sin verle. Llamo a la puerta, espero un par de minutos y vuelvo a insistir. Ni abre, ni oigo nada al otro lado. Decido preguntar a los otros vecinos si lo han visto y la contestación es negativa, además de coincidir que les resulta muy raro. Es un hombre metódico, con las mismas costumbres desde que lo conocen.  La única persona que tiene alguna noticia es acerca de un paquete que le han dejado para él. Decido abrirlo, han pasado demasiados días y no tenemos ninguna pista de dónde puede estar la joven. Me sorprendo al ver lo que hay dentro, es ropa de mujer. Cinco conjuntos de ropa juvenil. Es demasiado extraño, ¿para qué quiere esa ropa si no tiene familia, si vive solo? Creo que debemos entrar en su casa.


Fuerzo la cerradura y al abrir la puerta un olor nauseabundo lo invade todo.  Llego al salón y lo que  veo es espeluznante. El cuerpo del vecino querido descompuesto y rodeado de cinco jóvenes que parecen seguir con vida. Me acerco, les tomo el pulso. Están muertas. Las reconozco a todas, cada una de las caras de los cinco casos que teníamos sin resolver. Y aquí están tan bien vestidas, tan bonitas, tan tiernas, tan deseables.

viernes, 16 de septiembre de 2011

El personaje de mi familia


Está aquí, a mi lado, roncando como un bendito. Bajito de estatura y con un pronto, tímido y malhumorado, nadie diría lo que da de sí. Mi marido, mi esposo, el personaje de mi familia. Cariñoso en la sombra, cantarín en su tierra y criticón desmesurado en la mía. Amigo leal y enemigo a muerte. De taquero empedernido, de - ¡Hijo Puta!- no baja, a amante de las letras mayores. Consecuente hasta el límite. Jamás nos aburre, pero avergonzarnos con su falta de autocontrol, eso sí, lo hace un rato.









Millás ha leído este relato en La Ventana de la SER.
Minuto 41.54
http://www.cadenaser.com/cultura/audios/escucha-hora-millas/csrcsrpor/20111014csrcsrcul_5/Aes/

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El amor a la altura de un par de zapatos

http://www.youtube.com/watch?v=qK4TyOcOqbs A 2.16 minutos del comienzo
Mientras en la radio sonaba Camarón cantando "Te voy a hacer unos zapatitos del ala de mi sombrero", ella buscaba el amor, aunque durara un suspiro, en esas calles estrechas, enmarcadas por los cierros de sus balcones. Y se topó con él de frente. Ahí estaba, tras el cristal, esperándola. Cinco minutos de presentaciones, lo justo para saber que era la horma de su pie y convertirse en su dueña bajo pago. El color y la suavidad de su piel aterciopelada prometían un largo futuro. Su altura la ayudaría a caminar con paso firme o levitando a 10 centímetros del suelo. Y en los instantes de pasión sería el complemento perfecto y sensual de su desnudez. Una fantasía de 100 euros en monedas, de color nazareno y grana. Un par listo para dar el estoque, al bravo que se cruce por nuestro camino.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La Isla de León

                                            Playa de La Caleta (Cádiz)  


Febril etílico atardecer en Cádiz. Los pelos como escarpias al son de unos cantes de Huelva. Mis dedos  huelen al mar de unas gambitas. El "Arroyuelo" destila por mi garganta. Dos horas de pasión en un minuto. Tres escalones y escucho a Camarón. La noche de San Fernando me lleva a Fenicia. Andalucia me hace el amor y yo, bajo la luna, lloro.

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Si queréis escucharlo por La Voz Silenciosa pinchar aquí

martes, 6 de septiembre de 2011

Ensayos de "El coleccionista"



PRIMER ENSAYO
Sus ojos
¿Por qué me mira así? El amor con las muertas tiene eso, ni siquiera te miran con terror. A la próxima, cuando la embalsame, le coseré los ojos.


SEGUNDO ENSAYO
Post mortem
¿Por qué me mira así? Le grito -¡Cierra los ojos!- y no me responde. Me he portado como ellas esperan que lo haga un hombre. La he tumbado suavemente en la cama, le he susurrado que la quiero, la he besado hasta tener los labios doloridos, he acariciado su cuerpo de arriba abajo, le he hecho el amor una y otra vez y aún así sigue con esa mirada, a la próxima le coseré los ojos cuando la embalsame.

TERCER ENSAYO 
Ella sabrá lo que hace
¡Ella sabrá lo que hace!,  gritó su madre. Y lo supo, ya me encargué de que conociera los peligros de la madrugada. ¡Qué inocente! La cara de alivio que puso al verme, al otro lado de la calle. Le faltó el tiempo para pedirme que la acompañara hasta casa. ¡Cómo no! Diez años esperando a que la vecinita creciera y, por fin, había llegado la gran noche. 17, tiernos y voluptuosos, años entre mis brazos. Un peso pluma para atar, arrastrar, desangrar. Y ahí está, junto a las otras, tan bonitas, tan dóciles, tan calladas. Como me gustan las mujeres.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Vendaval de micros


Sus manos, mis fantasías
Entro sola en la habitación, me quito la camisa y me tumbo bocaabajo. Al poco escucho sus pasos, que se acercan a la camilla. Pide que me desabroche el pantalón y lo coloca más abajo de las caderas. Contengo la respiración. Acerca sus manos a mi cuerpo, recita unas palabras en voz muy baja y comienza el masaje. Tiene las manos fuertes, tibias, y las palmas ásperas. Con ellas recorre mi espalda, desde el coxis hasta la nuca, con una ligera presión. Imagino que son caricias. Me asusto, ¿puede leerme el pensamiento? Me relajo, ¿qué más da? Si sabe lo que pienso, seguro que le gusta. ¿A quién no? La fantasía dura 20 minutos, cada día lo alarga un poco más. Ayer añadió los brazos y hoy los pies, ¿el próximo miércoles pedirá que me de la vuelta?
De momento, me conformo. El sábado, ya veremos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Este gordo






Este gordo ocupa mucho lugar y, además, es impotente. Una vez le retorzamos el cuello y lo desplumemos podremos hacer un caldo sustancioso. Si el gallo del corral ya no les sirve a las gallinas, lo mejor es que llenemos la panza con un buen asado.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Cuento de Navidad en La Ventana


¿Quién me cae mejor?
Desde las Navidades de mis seis años, me caen mejor los Reyes Magos que Papá Noel. ¿Cómo pudo llamar aquella tarde de Nochebuena a casa de mi abuela para decirme que si seguía desobedeciendo pasaría de largo? Los Reyes, sin embargo, jamás llamaron a mi casa, y eso que allí sí que me portaba mal.

Audio: +/-a dos centímetros del principio

http://www.cadenaser.com/cultura/audios/controladores/seresc/20101206csrcsrcul_12/Aes/%22%3ECONTROLADORES%3C/a%3E%3C/h1%3E%3Cimg

Mi vida en cien palabras


He pasado muchas horas de mi vida enamorándome, leyendo y escribiendo. Sobre mi infancia y adolescencia, sobre los amigos, los amores y, ahora, con 43 años, les mando relatos eróticos a mis amigas. A veces me siento culpable por no haber acabado la carrera, pero bueno, gracias a lo que he leído, soy correctora unas horas, otras pluriempleada de mi casa y, la mayoría del tiempo, intento divertirme. Me encantan las sobremesas largas y, de momento, hago el amor cuando tengo ganas. Vivo en una casa muy pequeña,  no tengo coche porque no conduzco y con poco dinero vivo bien. Si ya he llegado a la mitad de mi vida, estoy contenta. A partir de ahora, veremos qué pasa.

Cinco sentidos para matar

La bala, en la sien, la vista; el veneno en la boca, el gusto; los dedos en el enchufe, el tacto; el escape de gas, el olfato y el tic tac de una bomba, el oído. Cada uno lo he visto, saboreado, acariciado, olido y oído. Cinco víctimas, cinco sentidos.

Placeres que matan

La cena se enfriaba en la mesa mientras retozábamos en el suelo. Era nuestro 25 aniversario y, para celebrarlo, preparé una comida especial: crema de apio con virutas de gambas; unas bolitas de carne con azafrán, acompañadas de unas cebollitas cubiertas con un picadillo de jengibre, cardamomo y canela, y, como postre, unos pastelitos de miel y almendras. Ni lo probamos. Desde el momento que entraste en casa comenzamos una coreografía de labios, manos, piernas, lenguas que nos llevó de la pared a la mesa y de ésta a la alfombra. Debía ser el ambiente, cargado de las esencias que distribuí por toda la casa. Fue una noche memorable, tanto que, después de un año, aún recuerdo tu mirada aterrorizada mientras te daba el, segundo y fulminante, ataque al corazón.

Existen los milagros

Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Desde que leí esta frase en el tablón del Ayuntamiento de aquel pueblo abandonado, no consigo olvidarla. Aquel día fue milagroso para mí, conseguí que se encendiera el coche, que él me acompañara, que nos equivocáramos de desvío y llegáramos a aquél lugar, que él quisiera darse un baño en el río, que comenzará una lluvia torrencial, que no hubiera a quien pedir ayuda y que él desapareciera bajo las aguas.

Mis amigas y yo


Fela
 Recuerdo que apareció en el patio del colegio con su larga melena rubia, el azul de sus ojos, acentuado por su piel bronceada. Traía con ella el sabor del salitre, la quietud de las olas, el misterio del horizonte... el mar.

Gema
 No recuerdo el número de sus pecas, pero sí de sus abrazos, de nuestros juegos, de las confidencias, de la seguridad de tenerla a mi lado, de su cuerpo espigado y de su consecuencia consecuente.

Rocío
 Recuerdo la primera vez que la vi llorar, parecía un dibujo animado. Sus ojos se llenaban de lágrimas, que no desbordaban si no parpadeaba. La tristeza solo tenía lugar en aquellas pupilas verdosas.
                                                                             
Yo
 Recuerdo tu pelo negro y lacio, siempre brillante, tus manos pequeñas y alargadas, y tus ojos, penetrando en los míos para ver mis pensamientos. De Rocío.