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martes, 4 de octubre de 2011

Marie y Dominique



Arco de Triunfo del Carrusel (París)



Cada día Dominique y Marie van a pasar la mañana al Louvre. Si es invierno, se refugian al calor de la cafetería del museo y, si es verano, se refrescan metiendo los pies en la fuente. Dominique, la más joven y presumida, se entretiene haciendo collares y pendientes de abalorios. Y, Marie, la mayor y más seria, pasa el tiempo haciendo flores con su ganchillo. Pocas veces se dirigen la palabra, cada una absorta en su tarea. Pero si alguien se acerca y las observa podrá escuchar como, muy bajito y al unísono, tararean canciones de su juventud.  Por supuesto que no hay que preguntarles la edad, sería una descortesía, pero, si la curiosidad nos puede, solo hay que entablar una conversación para sumergirnos de pleno en los años 40.
La música y la danza fue lo que las unió (también la falta de dinero, aunque, esto, ellas lo dejan en el aire). Se conocieron cuando tenían 15 y 16 años y entraron de coristas en el Moulin. No fueron los años de mayor esplendor del cabaret, la ocupación alemana había entristecido la ciudad. Aunque, por sus miradas cómplices, seguro que fue una época apasionada; los nombres de enamorados pasean por sus pupilas y la voz de Piaf surge de sus labios y nos impregna del humo del tabaco, del sonido del cristal  de las copas, del olor de los amores de cinco minutos, del  rojo de los corazones rotos. Una década llena de historia, para ellas y para el mundo. Hasta que  llegó el día en el que ya eran mayores para el espectáculo y tuvieron que volver a una realidad a la luz del sol, en la que los reyes eran los hombres y en la que no había banda sonora. Y el tiempo se fue comiendo a dentelladas sus vidas, hasta llegar a hoy, a este lugar, a esta hora en la que, con la puesta de sol, vuelven a su casa, la misma, esperando que mañana  puedan venir juntas a refrescarse los pies a la fuente y que una curiosa, como yo, se acerque y las invite a revivir la época más feliz y libre que recuerdan.

6 comentarios:

Sara Lew dijo...

Son muy bellas las historias que narras Ana, muy humanas y tiernas. Y el texto está estupendamente escrito, con ese ritmo de cuento que tanto da gusto leer.
Un abrazo.

Nicolás Jarque dijo...

Ana, consigues que nos involucremos en la vida de Marie y Dominique con una facilidad pasmosa, es como si estuviéramos allí con ellas. Estoy seguro, aunque desde fuera parezca lo contrario, que ellas son felices a su manera. No necesitan más de lo que tienen y para mí eso es la felicidad.
Un placer leerte. A seguir así.
Bessets.

Ana Crespo Tudela dijo...

Sara, Nico, fue una escena de cuento. Se las veía tan a su aire, entre cientos de turistas, que pensé que quería ser como ellas cuando fuera mayor.
De su pasado inventado no puedo decir más que es uno de los que me hubiera gustado vivir.
Besitos

TORO SALVAJE dijo...

Han vivido.
Y han sobrevivido.
No todos pueden decir lo mismo.

Saludos.

Ricardo Miñana dijo...

Lo que relaja disfrutar a esas edades.
que tengas una buena semana.
un abrazo.

CDG dijo...

Ana, muy bueno. Suscribo lo dicho por el resto de comentarios.
Es verdad que es un ejercicio sano imaginar vidas ajenas: ese hombre que duerme en el banco, esa pareja que se ama entre los coches, ese coche que pasa como un rayo...
Muchos detalles y muy interesantes (me ha gustado el estilo, cada vez entiendo más a Vila-Matas cuando le da su importancia debida) en tu texto.
Por fin puedo volver a comentar por aquí.
Besos.