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Bella durmiente en Arcos de la Frontera
Si no voy al teatro, me muero. Si no voy al cine, me muero. Si no leo un libro, me muero. Si no veo una exposición, me muero. Me muero sin la cultura. Me matan sin la cultura. Me callan sin la cultura. Me callan con los deportes. Me embalsaman con un pisito. Me embalsaman con el colegio privado. Me embalsaman con las relaciones sociales. Y al final, me embalsaman con lo que me gano, pero, no, con lo que me merezco. Adios cultura. Adios criterio. Bienvenido don Dinero.
Falté a la promesa, la dejé junto a las otras pero aún no le he cosido los párpados, tiene unos ojos verdosos tan bonitos que parece que me miran como si aún estuviera viva. Viva. Eso es lo que le gustaría a su madre. Si supiera cuánta razón tenía cuando le gritó, cansada de advertirle que no fuera sola, ¡tú sabrás lo que haces! Por que lo supo, ya me encargué de que se enterara del riesgo que trae salir sola de madrugada. ¡Qué inocente! La cara de alivio que puso cuando me reconoció, al otro lado de la calle. Le faltó el tiempo para llamarme y pedirme si podía acompañarla hasta casa. ¡Cómo no! Diez años esperando a que la vecinita creciera y, por fin, había llegado la gran noche. 17 tiernos y voluptuosos años entre mis brazos. Un peso pluma para atar, arrastrar, desangrar. Y esos gritos tan infantiles llamando a su mamá, suplicando que la oyera su papá. Papá, mamá, mis grandes amigos, ahí están, esperándola al otro lado del tabique. Cuando acabe el desayuno, les daré un besito a todas y pasaré a consolarlos. Es tan gratificante ayudar a un amigo.
Menos mal que ha venido a hacernos compañía, solos nos estábamos volviendo locos. Tan locos que anoche creí oírla, fue como un susurro que me llamaba, que llamaba a su padre. Parecía que su voz viniera de la casa de al lado. Una alucinación que no he querido contar. Qué me diría él, que la quiere tanto. Tanto que he llegado a pensar que la quiere más que si fuera su propia hija. Pasa su mano por mi espalda, lo abrazo, nos quedamos en silencio. Noto cómo caen sus lágrimas sobre mi pelo, me reconforta y me da lástima. Cuántas veces le oí bromear con ella y decirle ¿a que cuando seas mayor te casarás conmigo? Me siento tan culpable. ¿Por qué no cerré la puerta con llave y le prohibí salir? ¡Qué va a saber ella lo que le puede pasar! ¡Es tan confiada! ¡Hay mi niña, dónde estará mi niña! No aguanto este dolor, me quiero morir. Sé que le han hecho daño, que está muerta. Nunca aparecen vivas. A veces, ni sus cuerpos aparecen.
Alguien la ha hecho desaparecer. Observo a todos como si, cada uno de ellos, fuera el sospechoso. No puedo evitar recordar todos los casos que salen en las noticias. En la mayoría, el culpable es un conocido. Mi mujer llora desconsolada, pero yo no puedo, tengo que vigilar por si veo algo raro que me dé una pista. La policía nos ha dicho que pensemos quién sería capaz de llevársela. Y he hecho una lista de todos nuestros amigos, familiares, de sus amigos, de sus compañeros y todos me parecen inocentes y culpables. No quiero pensar en nada más, no quiero pensar en que si la hubiera acompañado no sentiríamos este miedo, que ella estaría aquí. Como siempre, como cada día, con nosotros tres. Lo miro y me doy cuenta de que su presencia es importante en nuestras vidas. Pocas veces han pasado más de dos días sin que visitara nuestra casa. Es un buen amigo. Lo curioso es que a medida que voy tachando nombres, por ridículos e imposibles, cuando llego al suyo me lo salto. No sé porqué pero lo dejo para más adelante.
Fuerzo la cerradura y al abrir la puerta un olor nauseabundo lo invade todo. Llego al salón y lo que veo es espeluznante. El cuerpo del vecino querido descompuesto y rodeado de cinco jóvenes que parecen seguir con vida. Me acerco, les tomo el pulso. Están muertas. Las reconozco a todas, cada una de las caras de los cinco casos que teníamos sin resolver. Y aquí están tan bien vestidas, tan bonitas, tan tiernas, tan deseables.![]() |
| Gema No recuerdo el número de sus pecas, pero sí de sus abrazos, de nuestros juegos, de las confidencias, de la seguridad de tenerla a mi lado, de su cuerpo espigado y de su consecuencia consecuente. |
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Yo Recuerdo tu pelo negro y lacio, siempre brillante, tus manos pequeñas y alargadas, y tus ojos, penetrando en los míos para ver mis pensamientos. De Rocío. |