Visitas

domingo, 10 de noviembre de 2013

Paso a paso, camino a camino, camiño a camiño



Lo que se lleva el camiño


Harta de verme fea, mayor, ojerosa, en las fotografías de los últimos veranos, decidí que la única parte de mi cuerpo, que todavía era fotogénica, eran mis pies, así que los preparé a conciencia para las sesiones a las que los iba a someter. Unas cuantas horas a remojo, un buen cepillado y cualquier resto de cansancio había desaparecido, ya solo me quedaba tintar la uñas de aquel esmalte rojo coral que guardaba para alguna ocasión especial. Una pena tener que esconderlos ahora tan limpitos y atractivos. Pero, bueno, sí o sí, las chirucas eran el mejor calzado para recorrer el camino que me llevaría al destino elegido, Santiago. Días de penuria, de kilómetros andados, fueron endureciendo mis talones, cubriendo mis dedos de llagas como si las arrugas, la flacidez de mis mejillas, hubieran descendido hasta ellos. Pero, aunque me sentía derrotada, no hubo fuente, paisaje, taberna que no fuera fotografiada con mis pies en primer plano. Un disparate para mis acompañantes pero un consuelo para mí. El camino se hizo duro; los kilos de más, la edad, nos pasaron factura hasta que llegamos a la plaza del Obradoiro. Y allí me encontraba, en medio de tanto peregrino, de cara a la catedral, dispuesta a cumplir la promesa que me había hecho. Con todo el cuidado me senté en mitad de la plaza, preparé la cámara a un lado, me quité las botas, los calcetines, y dejé que los pies se airearan, jugueteando con los dedos, mientras que el calor de ese día magnífico los aliviaba y, cuando ya me sentí dispuesta, con un gran esfuerzo, levanté las piernas para que los pies quedaran en primer término y, al fondo, la inmensidad del edificio y lo hice o, mejor dicho, la hice, disparé la cámara, y esa imagen, tan soñada, quedó inmortalizada. Durante unos minutos aguanté las risas de mis compañeros de viaje, hasta que les di la
espalda y comencé a caminar sin volverme, sin saber si me seguían, dejando atrás el peso de un pasado con el que llevaba a cuestas demasiados años. Deambulé por las calles deshaciéndome poco a poco de todo mi equipaje, sintiéndome cada vez más ligera. Encontré un pequeño albergue en el que me alojé durante muchos días, en los que dejé que los minutos, las horas, transcurrieran sin ningún control, libre de ataduras y culpas. Paseé por el cauce arbolado del río Sarela, subí al mirador del Monte Pedroso, seguí a los caminantes hasta el Monte do Gozo, descubrí cada rincón de esta ciudad,  sin más compañía que mi soledad. Me sentí liberada, tranquila, feliz. El murmullo de las hojas, del viento, del agua, fue lo único que escuché, ningún pensamiento tuvo cabida. Y, hoy, tiempo después, da igual cuánto, solo importa que soy otra, me encuentro en el kilómetro cero de mi renacimiento, viviendo de lo que gano en un puestecito en el que vendo postales con paisajes del camino, con mis pies como protagonistas, y las fotografías que les hago a los peregrinos de sus pies ante la fachada de la catedral. Mis pasos me trajeron aquí y no sé adónde me llevarán, de lo que sí estoy segura es de que mis ojeras, mis arrugas, desde aquel día, se difuminan, con la luz recuperada de mis ojos,  y  de que ya no me importa, incluso me gusta, salir de cuerpo entero.


7 comentarios:

Laura dijo...

Hola Ana, esta vivencia historiada con unos pies por protagonistas y unas hermosas fotografías, me ha encantado.

Lo de recorrer las calles a medida que se va desalojando el equipaje de la vida es una sensación fantástica.

Me ha gustado mucho cómo lo cuentas y creo que en relato más largo tienes un gran tirón por la forma que tienes de mecer las palabras.

Un beso muy fuerte y ¡muy bellos pies!!

Nicolás Jarque dijo...

Ana, un relato de renacimiento, por lo que se cuenta y por lo que sugiere. Mejor escenario para ello creo que no lo hay.

A veces soportamos cargas que no nos convienen, si las lográsemos apartar en una cuneta...todo sería más sencillo.

Me encanta volverte a leer en tu blog.

Bessets.

LA ZARZAMORA dijo...

Ese camino no sé lo que tiene pero es un renacer para casi todos.
Entiendo lo de los pies molidos, y me gustó pasear contigo hasta Santiago (donde nunca llegué a poner un pie).
;-)
Besos, Ana.

CDG dijo...

No me gustan los pies, pero me gustó tu historia de sueños y deseos por un Santiago que adoro.
De los pies al mundo entero; es decir: el cuerpo entero.
Un beso.

Amando García Nuño dijo...

Pues yo tengo un montón de fotos de mis chanclas delante de los mejores cuadros del Museo del Prado, ¿puedo ir a venderlas contigo en tu puestecito?
Abrazos, siempre

Anónimo dijo...

¡Qué bonitos, pies!. Me ha encantado el camino, y esa decisión tan firme de mostrarse, de cuerpo entero….si señor. Precioso relato.
Un abrazo Ana

TORO SALVAJE dijo...

Si hay algo que seguro que no haré será ese camino.

En Santiago he visto gente haciendo cola para golpearse la cabeza contra un busto y conseguir más inteligencia.

En fin...

Besos.