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miércoles, 20 de febrero de 2013

Deberes Sanscliché



Necesitaba una imagen para este relato y la encontré en el blog de Juanlu (http://dididibujos.blogspot.com.es/), que, generosamente, me la cedió.


¿Dónde estás?
Ese martes de invierno era un día de mercado como otro cualquiera.  Seguíamos la misma rutina cada semana, primero hacíamos la lista de la compra, luego nos abrigábamos bien y, cuando ya estábamos preparadas, salíamos a la calle. En la primera parada nos esperaba un bocadillo de calamares, con el pan bien crujiente, que devorábamos en silencio. Una vez contentábamos a nuestros estómagos, ya era hora de ponernos en marcha. Nos gustaba dar un paseo por los puestos de la fruta y la verdura, la combinación del naranja de las mandarinas, junto al rojo de las fresas, contrastaba con el crudo de la coliflor y el verde de las alcachofas, un juego de colores y de olores que nos levantaba el ánimo en nuestro recorrido hacia el puesto del pescado, nuestro destino final.  Era mi preferido. Mientras ella hablaba con el pescadero, yo observaba las merluzas e imaginaba que movían sus bocas y cantaban, acompañadas de los boquerones y las almejas; reflejo de lo fresquitas que tenía las películas de Disney. Así me encontraba ese día, ensimismada mirando los ojos saltones de un pulpo, cuando la señora que estaba a mi lado me preguntó si estaba sola. ¿Sola? Me di la vuelta esperando encontrarla detrás de mí, pero no, no estaba. Un miedo enorme trepó desde la punta de mis pies hasta salirme a borbotones  en forma de lágrimas. Los puestos, los tenderos, las personas que me rodeaban crecieron hasta convertirse en gigantes que me atemorizaban, y las caras de los peces  adoptaron muecas terroríficas. Huí despavorida. Como un perro busqué su rastro entre los pantalones, las faldas, las botas, los mocasines, los zapatos de tacón,  que encontraba a mi paso.  Aterrorizada llegué a la puerta de salida, en la que me esperaba el ruido ensordecedor del tráfico. No me atreví a seguir adelante y me quedé quieta sin saber qué hacer. En ese momento recordé la advertencia que me hacía, cada vez que salíamos de casa, de que si me perdía no debía buscarla porque ella me encontraría. Más tranquila me senté en un escalón dispuesta a esperar. Cuánto tiempo pasó no lo recuerdo, pero lo que no he olvidado es la alegría que me invadió al oír la voz de mamá a mi espalda,  el alivio reflejado en su mirada y el calor de su abrazo y de sus besos.  

14 comentarios:

MJ dijo...

¡Qué lindo relato! Me ha encantado cómo describes las sensaciones de la niña ante todo cuanto tiene a la vista. Esa sensatez que acaba espantando sus miedos. Y ese final gratificante para ella y para el lector :-)

Un beso, Ana.

Rosy Val dijo...

Me has llevado a una situación parecida, ocurrida hace muchos años, en la que el prota, era mi niño de tres añitos.
Muy bien narrado. Me gustó.
Un abrazo.

Sandra Montelpare dijo...

Ana: qué bien contás con ojos de niño la angustia de no encontrar a la mamá y el mercado. Por un momento pensé que se iba a quedar sentada en el escalón y la mamá no volvería a buscarla a pesar de habérselo dicho antes.

Besos van.

Sergio DS dijo...

Un verano perdí a mi hija pequeña por unos minutos, se había ido a beber sola a una fuente alejada no muchos metros. Fueron instantes angustiosos, también todos se convirtieron en monstruos.

Juanlu dijo...

Cómo no darte cualaquiera cosa que me pidas :)

Ya te dije de las sensaciones del micro...

Besazo!

LA ZARZAMORA dijo...

En estos casos no sé quien se asusta más si ellos, o nosotros...

Me hubiese gustado verte relatar el estado de la madre.

Besos, Ana.

Rosa dijo...

Pobrecilla qué asustada y pobre madre, tenía que estar loca de angustia. Y que feliz reencuento,con ese beso y ese abrazo.

Besos desde el aire

Pedro Sánchez Negreira dijo...

¡Qué relato más tierno, Ana!

Desde otro enfoque me has llevado al día que -por minutos- perdí a mi hijo cuando tenía tres años. Aún sudo al recordarlo.

Un abrazo,

Amando García Nuño dijo...

Normalmente, en estos casos, suele sentir más angustia el padre/madre que el propio niño/a. Por lo demás, me quedo con la imagen de una niña de siempre, desayunando bocata calamares, y no las chuminadas de bollería industrial. Un abrazo.

CDG dijo...

La mirada de los niños. Qué poderosa si se cuenta tan bien. Me gusta cómo lo has narrado.
Un beso.

TORO SALVAJE dijo...

Que bueno!!!

Y con final feliz.

Besos.

Manuel R. dijo...

Supongo que ese es un miedo compartida y anclado en el interior de los niños: El miedo a perderse, a encontrarse desprotegidos. Y ese miedo se transforma en pesadilla. Me ha gustado mucho esa imagen de los peces cantando y cómo el entorno se transforma y se convierte en amenazador cuando la niña se encuentra sola.

Me ha gustado mucho.

Laura dijo...

Hola Ana, creo que has captado la atención del lector desde el inicio, y has transmitido las sensaciones y emociones de la niña, con esa evolución desde la tranquilidad, hasta el miedo y de nuevo a la alegría, de una forma que podamos verla sin siquiera conocer su rostro.

Me gusta cómo has trabajado el personaje, y aunque la historia es sencilla, resulta que la has contado muy bien.

Justo el miércoles pasado trabajé a un personaje parecido en un taller literario al que acudo todas las semanas, y se trataba de esta consigna: ver la evolución de sus emociones. Tu texto me lo ha recordado.

Un gran beso Ana ... no sé muy bien si entraría en la categoría de microrrelato, pero a mí me gustan los textos con un poco más de enjundia, como este. Besos.

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

¡Me encantó! Iba para un lado con la lectura de tu relato (dos amigas de compras, creí intuir, errado, je...), y me encontré con un sorpresivo giro a mitad del mismo, que me dejó prendido al monitor de la PC, hasta ese final impredecible (por lo menos para mí...) y fantástico.
Te felicito, es excelente.
¡Saludos!