El relato con el que he participado es este:
El paraíso está entre sus páginas
Tantos meses buscando el edén en la Tierra y por fin lo encontré. Todo era igual a mis sueños: una bibliotecaria mal encarada, de la que apenas se veía una cana que se asomaba rebelde por encima del mostrador, a modo de saludo y como representante del Carbono 14 que indicaba la edad del edificio; altísimas estanterías de madera que crujían, decían que por el calor pero yo estaba convencido de que eran los libros cuando, a escondidas, se cambiaban de sitio; mesas grandísimas en las que se podían apilar tantos volúmenes como se quisiera; miles de libros con restos del aroma de los dedos que los habían acariciado al paso de las páginas y, lo que más me gustaba, esas lamparitas que marcaban la frontera de la mesa, que tus libros no podían traspasar sin invadir a tu vecino. Una lamparita con luz anaranjada que se dirigía siempre, te movieras o no, directamente al objetivo de tu lectura. Era mi lámpara maravillosa.
Ese día estaba feliz, con un buen número de ejemplares abiertos, rodeándome y esperando pacientemente su turno para ser leído, cuando la puerta principal se abrió de par en par y entró una mujer, peor encarada, que, tras intercambiar unas palabras con la bibliotecaria, se acercó hasta donde me encontraba, sumergido en la historia de Bartleby, y dejó petrificada su mirada en mi cogote hasta que el peso de la animadversión jugó a su favor y me obligó a volver a la realidad y a dedicarle toda mi atención. Con un tono de voz, que hizo peligrar todos los cristales, me pidió, perdón, me exigió, que le diera mi carnet de la universidad y al contestarle —preferiría no hacerlo—, contoneándose como una gallina, me dijo que no tenía derecho al uso de esa biblioteca; que recogiera mis cosas, que en cinco minutos la abandonara y que no volviera nunca más o… ya no recuerdo cuál fue su amenaza. Seguro que el cacareo fue rojo, como el color de su cara en ese momento.
Con el corazón lleno de lágrimas me despedí de mis amigas, solo novelas, porque en tres meses nadie más que yo había disfrutado ni un minuto de ese lugar, y me fui. Únicamente me volví una vez para ver divertido cómo los libros saltaban de las estanterías y, escapando de las garras de las dos mujeres, salían a la puerta para despedirme y mandarme palabras de aliento y reencuentro, que volaron hasta mí, gracias a un viento ligero.
Por casualidad, después de escribir este relato, he encontrado este corto de animación. ¡¡¡Disfrutadlo!!!