No esperaba que aquel fuera un día distinto a los demás, hasta que el periódico cayó en sus manos. Una curiosidad malsana la llevó a comenzar su lectura por las páginas de sucesos y obituarios. Distraída con tanto asesinato, se sobresaltó al leer una de las necrológicas. Hacía referencia al fallecimiento de Ramón Puig, destacado escritor de novela negra, con el que, hacía unos cuantos años, había vivido un tórrido romance, y del que no tenía noticias, desde hacía mucho tiempo. La última vez que coincidieron había sido, poco antes de que él desapareciera, en un programa de televisión en el que Ramón tuvo una disputa con un periodista de El Comunicador sobre los últimos recortes del gobierno que afectaban, sobre todo, al ámbito de la cultura. Un enfrentamiento tan violento que acabó con la expulsión del plató de ambos tertulianos. Después de esto, solo habían hablado el día en el que él la llamó para despedirse, antes de volar hacia Marruecos, donde pensaba pasar una larga temporada, consciente de que necesitaba tranquilizar su estado de permanente irritabilidad. Cerró el periódico y se dejó llevar por el recuerdo de su voz cuando la llamaba Mi pelirroja; de los silencios que habían compartido uno en brazos del otro; del amor volcánico que habían sentido, hasta que, sin más explicación, él comenzó a acusarla de querer sacar provecho de su relación, de querer beneficiarse de las personas que le podía presentar. Así día tras día hasta que le dijo que no podía confiar más en ella, que, desde que la conoció, no podía escribir, que ella le chupaba la sangre y le dejaba sin ideas, que era nociva para su creatividad, que todo había acabado y que no quería volverla a ver.
Unos recuerdos que la entristecieron pero, no lo suficiente, como para que no quisiera saber qué había ocurrido. Llamó a Jesús, el mejor amigo del novelista y compañero suyo en la radio, y quedaron para cenar. Aquella noche, en homenaje a Ramón, se puso aquella falda de colores que a él tanto le gustaba y se dirigió hacia el restaurante donde habían quedado. Se dejaron de preámbulos y la conversación giró, en todo momento, sobre el fallecido. No había mucho que contar. Aunque Ramón pasó unos años aislado de todo lo que pasaba en nuestro país, en los que solo mantuvo el contacto con unos pocos amigos, no encontró la paz que buscaba y lo único que había escrito era un libro de tauromaquia y otro de relatos cortos, que todavía no se había publicado. De la manera que había muerto y de sus últimos días, Jesús no quiso contarle nada. Le dio un ejemplar del libro y le dijo que lo que quería saber lo encontraría entre sus páginas. Se despidieron con un fuerte abrazo, unas palabras cariñosas y con la promesa de reunirse de vez en cuando.
No comenzó la lectura en seguida, necesitó unos días para poder enfrentarse a una historia que, intuía, le dejaría una herida en su corazón. Transcurrida una semana, se sentó en su sillón preferido y abrió el libro. Lo primero que encontró fue una dedicatoria: Tus cabellos de fuego arden en mis recuerdos. Las lágrimas bañaron de tristeza sus mejillas y, durante unos instantes, dejó salir el dolor que tanto tiempo reprimía, hasta sentirse tan vacía que, nada de lo que leyera, podría con ella.
En los primeros relatos se vislumbraba el convencimiento de que ella le había mentido al decirle que le amaba; en los siguientes, su ánimo se había calmado y empezaba a dudar de sí mismo, de si no estaría equivocado; en los últimos, le pedía perdón, se lamentaba de su error y de su incapacidad de enmendarlo. El epílogo era una despedida. En él hablaba de un tuareg que, ante un destino que lo obligaba a abandonar, para siempre, su vida nómada, se adentraba en el desierto en plena tormenta de arena, sin agua y sin más compañía que las estrellas y el paisaje que tanto amaba, para dejarse morir.
Concluida la lectura, ya no quería saber la manera en la que Ramón se había ido, qué más daba, sus palabras quedarían para siempre. Una lástima que, solo ella y unos pocos, supieran cuánto amor se escondía entre ellas.
11 comentarios:
Me ha gustado Ana. Muchas veces he pensado que el mejor legado que puede dejarnos una persona son sus relatos, sus obsesiones, o un trozo de su vida dedicado a quienes le lean. Es algo tangible sobre lo que siempre se puede volver, pensar, recordar y amar.
Ramón, creo que es un personaje inventado, pero a pesar de todo, me hiciste creer en la "realidad" del suceso, lo cual quiere decir que, bajo mi punto de vista: la historia está bien contada. Hubo un ramón Puig de doblaje, ya fallecido.
Un abrazo Ana, y ya veo que vuestras reuniones son de lo más prolíficas.
Ayer escribí un poema y el primer verso hablaba de su cabello de fuego.
Que coincidencia!!!
Que final de vida tan poético.
Besos.
Ana: Escribo para felicitarte por esta historia, muy linda,aunque triste, motiva a pensar en los amores. También me gustaría escribir algo así, pero por el momento sólo me dedico a trabajos de corrección y edición periodística. Me gustaría que visites mi blog y sería un privilegio si te interesara seguirlo para mantener contacto e intercambiar opiniones. La dirección es http://redactarmejor.blogspot.com/ Saludos cordiales, Martín Acuña
Lograste engañarme, me hiciste sentir que todo era real, absolutamente real. Maravilloso Ana...
Bueno en esos casos, siempre es tarde.
Al menos le quedará una explicación y un libro.
Muy bueno, Ana.
Besos.
No sé cuando iré por la terreta... la patita está dando mucha guerra.
Me ha encantado este relato, Ana. Quizás sea más largo que lo que tú sueles escribir, pero te aseguro que igualmente ha sido una delicia.
Saludos,
Me sumo a las enhorabuenas. Veo que da buenos frutos el taller. Y yo que me escondo de ellos...así me va.
Un beso.
Ana, un señor relato el que aquí has publicado. Que avanza poco a poco hasta descubrirnos ese desenlace tan abierto y cerrado al mismo tiempo. Abierto porque no nos cuenta la razón de su "suicidio", aunque qué más da, y cerrado porque nos debemos quedar con que a ella le sirvió para aplacar sus males.
Solo te diría, como otras veces, que seas un poquito más constante, que tenemos "derecho" a leerte más a menudo. ¿O no?
Espero no fallar en la próxima cita de El Zurdo. Yo también os eché de menos.
Bessets.
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Poderosa incursión en la huella literaria de los recuerdos, en las dedicatorias póstumas al amor huido. Me gusta ese personaje que cree ser vampirizado por amor, ese tertuliano anhelando adentrarse por fin en el desierto. Un abrazo.
Muy bueno, Ana, mucho sentimiento en tus letras.
¡Saludos!
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