Lo que se lleva el camiño

Harta de verme
fea, mayor, ojerosa, en las fotografías de los últimos veranos, decidí que la
única parte de mi cuerpo, que todavía era fotogénica, eran mis pies, así que los
preparé a conciencia para las sesiones a las que los iba a someter. Unas
cuantas horas a remojo, un buen cepillado y cualquier resto de cansancio había
desaparecido, ya solo me quedaba tintar la uñas de aquel esmalte rojo coral que guardaba para alguna ocasión especial. Una pena tener que esconderlos ahora tan limpitos y
atractivos. Pero, bueno, sí o sí, las chirucas eran el mejor calzado para
recorrer el camino que me llevaría al destino elegido, Santiago. Días de
penuria, de kilómetros andados, fueron endureciendo mis talones, cubriendo mis
dedos de llagas como si las arrugas, la flacidez de mis mejillas, hubieran
descendido hasta ellos. Pero, aunque me sentía derrotada, no hubo fuente,
paisaje, taberna que no fuera fotografiada con mis pies en primer plano. Un disparate
para mis acompañantes pero un consuelo para mí. El camino se hizo duro; los
kilos de más, la edad, nos pasaron factura hasta que llegamos a la plaza del
Obradoiro. Y allí me encontraba, en medio de tanto peregrino, de cara a la
catedral, dispuesta a cumplir la promesa que me había hecho. Con todo el cuidado
me senté en mitad de la plaza, preparé la cámara a un lado, me quité las botas,
los calcetines, y dejé que los pies se airearan, jugueteando con los dedos,
mientras que el calor de ese día magnífico los aliviaba y, cuando ya me sentí
dispuesta, con un gran esfuerzo, levanté las piernas para que los pies quedaran
en primer término y, al fondo, la inmensidad del edificio y lo hice o, mejor
dicho, la hice, disparé la cámara, y esa imagen, tan soñada, quedó
inmortalizada. Durante unos minutos aguanté las risas de mis compañeros de
viaje, hasta que les di la


espalda y comencé a caminar sin volverme, sin saber
si me seguían, dejando atrás el peso de un pasado con el que llevaba a cuestas
demasiados años. Deambulé por las calles deshaciéndome poco a poco de todo mi
equipaje, sintiéndome cada vez más ligera. Encontré un pequeño albergue en el que
me alojé durante muchos días, en los que dejé que los minutos, las horas,
transcurrieran sin ningún control, libre de ataduras y culpas. Paseé por el cauce
arbolado del río Sarela, subí al mirador del Monte Pedroso, seguí a los caminantes hasta el Monte do Gozo, descubrí cada rincón de esta ciudad, sin más compañía que mi soledad. Me sentí liberada, tranquila,
feliz. El murmullo de las hojas, del viento, del agua, fue lo único que escuché,
ningún pensamiento tuvo cabida. Y, hoy, tiempo después, da igual cuánto, solo
importa que soy otra, me encuentro en el kilómetro cero de mi renacimiento, viviendo
de lo que gano en un puestecito en el que vendo postales con paisajes del camino,
con mis pies como protagonistas, y las fotografías que les hago a los
peregrinos de sus pies ante la fachada de la catedral. Mis pasos me trajeron aquí
y no sé adónde me llevarán, de lo que sí estoy segura es de que mis ojeras,
mis arrugas, desde aquel día, se difuminan, con la luz recuperada de mis ojos, y de que ya no me importa, incluso me gusta, salir de cuerpo entero.

7 comentarios:
Hola Ana, esta vivencia historiada con unos pies por protagonistas y unas hermosas fotografías, me ha encantado.
Lo de recorrer las calles a medida que se va desalojando el equipaje de la vida es una sensación fantástica.
Me ha gustado mucho cómo lo cuentas y creo que en relato más largo tienes un gran tirón por la forma que tienes de mecer las palabras.
Un beso muy fuerte y ¡muy bellos pies!!
Ana, un relato de renacimiento, por lo que se cuenta y por lo que sugiere. Mejor escenario para ello creo que no lo hay.
A veces soportamos cargas que no nos convienen, si las lográsemos apartar en una cuneta...todo sería más sencillo.
Me encanta volverte a leer en tu blog.
Bessets.
Ese camino no sé lo que tiene pero es un renacer para casi todos.
Entiendo lo de los pies molidos, y me gustó pasear contigo hasta Santiago (donde nunca llegué a poner un pie).
;-)
Besos, Ana.
No me gustan los pies, pero me gustó tu historia de sueños y deseos por un Santiago que adoro.
De los pies al mundo entero; es decir: el cuerpo entero.
Un beso.
Pues yo tengo un montón de fotos de mis chanclas delante de los mejores cuadros del Museo del Prado, ¿puedo ir a venderlas contigo en tu puestecito?
Abrazos, siempre
¡Qué bonitos, pies!. Me ha encantado el camino, y esa decisión tan firme de mostrarse, de cuerpo entero….si señor. Precioso relato.
Un abrazo Ana
Si hay algo que seguro que no haré será ese camino.
En Santiago he visto gente haciendo cola para golpearse la cabeza contra un busto y conseguir más inteligencia.
En fin...
Besos.
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