Enloquezco y en este momento querría abrir la puerta, lanzarle una última mirada que le destrozara el corazón y no volver los pasos, la vista, atrás. Días y días siendo víctima de su tortura. Ni una palabra, ni un beso, ni una sola muestra de deseo, amparándose en una tristeza, un desánimo, que ahora descubro que desaparecía cuando las yemas de sus dedos acariciaban la S, E, X, O, del teclado que le conectaba con su fantasía.
He sufrido la indiferencia del que, escondido en el oasis de su estudio, paladea la oportunidad única de elegir el rostro, el cuerpo, el nombre, de una mujer que se desnuda solo para él, que entreabre los labios, los muslos y promete obedecerle y cumplir sus deseos al precio que marque el contador de la Visa. Una realidad sórdida ante el plasma, que clava alfileres de dolor en cada uno de los poros de mi piel que han suplicado una caricia.
Él no entiende, no es para tanto. Una ganga domiciliada, susurra. Si no se paga en efectivo, no hay pecado. Si no se mezclan los fluidos, no hay engaño.
Me desprendo del peso de una culpa que no es mía. Me voy. Tal vez encuentre a quien le guste ver y disfrutar de mi cuerpo en tres dimensiones con su olor, su sabor,.. su tacto. A quien prefiera la recreación ante una imagen que no se desvirtúa si falla la conexión, a navegar por imágenes eróticas con rebobinado y pausa, o por páginas con luces de neón y listados de mercancía al por mayor.
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