Dos palmadas en el culo, otras dos palmadas más fuertes en el culo. Está detrás, me dobla el brazo y lo retuerce. Me empuja contra la pared y me golpeo la cabeza; me he hecho daño. Me quejo, me da la vuelta y me abofetea. No le miro, me da miedo. Separa bruscamente mis piernas, me cuesta no caer. Me muerde los labios hasta que sangran, lloro. Lame mis mejillas, mis lágrimas. No quiero sentir su aliento en mi cara. Me ata las manos a la espalda y comienza a olerme la boca, el cuello, los pechos, el ombligo, el pubis, quiero golpearle para que pare. Lo sabe, me mira, sonríe y vuelve al pubis. Me tira al suelo, me arranca la ropa. Grito aterrorizada. Me arrastra hasta el baño, sé lo que me espera. No quiero que me duela, porfavorquenomeduela. Está contento, se ríe, me va a matar. Me mete en la bañera, acerca el cuchillo a mi cuello y noto un dolor insoportable. Oigo cómo la sangre sale a borbotones. No puedo respirar, quiero que esto acabe. Estoy muy cansada, tengo sueño, me duermo. Sé que cumplirá su promesa, me coserá los párpados y me dejará junto a las otras.
Falté a la promesa, la dejé junto a las otras pero aún no le he cosido los párpados, tiene unos ojos verdosos tan bonitos que parece que me miran como si aún estuviera viva. Viva. Eso es lo que le gustaría a su madre. Si supiera cuánta razón tenía cuando le gritó, cansada de advertirle que no fuera sola, ¡tú sabrás lo que haces! Por que lo supo, ya me encargué de que se enterara del riesgo que trae salir sola de madrugada. ¡Qué inocente! La cara de alivio que puso cuando me reconoció, al otro lado de la calle. Le faltó el tiempo para llamarme y pedirme si podía acompañarla hasta casa. ¡Cómo no! Diez años esperando a que la vecinita creciera y, por fin, había llegado la gran noche. 17 tiernos y voluptuosos años entre mis brazos. Un peso pluma para atar, arrastrar, desangrar. Y esos gritos tan infantiles llamando a su mamá, suplicando que la oyera su papá. Papá, mamá, mis grandes amigos, ahí están, esperándola al otro lado del tabique. Cuando acabe el desayuno, les daré un besito a todas y pasaré a consolarlos. Es tan gratificante ayudar a un amigo.
Menos mal que ha venido a hacernos compañía, solos nos estábamos volviendo locos. Tan locos que anoche creí oírla, fue como un susurro que me llamaba, que llamaba a su padre. Parecía que su voz viniera de la casa de al lado. Una alucinación que no he querido contar. Qué me diría él, que la quiere tanto. Tanto que he llegado a pensar que la quiere más que si fuera su propia hija. Pasa su mano por mi espalda, lo abrazo, nos quedamos en silencio. Noto cómo caen sus lágrimas sobre mi pelo, me reconforta y me da lástima. Cuántas veces le oí bromear con ella y decirle ¿a que cuando seas mayor te casarás conmigo? Me siento tan culpable. ¿Por qué no cerré la puerta con llave y le prohibí salir? ¡Qué va a saber ella lo que le puede pasar! ¡Es tan confiada! ¡Hay mi niña, dónde estará mi niña! No aguanto este dolor, me quiero morir. Sé que le han hecho daño, que está muerta. Nunca aparecen vivas. A veces, ni sus cuerpos aparecen.
Alguien la ha hecho desaparecer. Observo a todos como si, cada uno de ellos, fuera el sospechoso. No puedo evitar recordar todos los casos que salen en las noticias. En la mayoría, el culpable es un conocido. Mi mujer llora desconsolada, pero yo no puedo, tengo que vigilar por si veo algo raro que me dé una pista. La policía nos ha dicho que pensemos quién sería capaz de llevársela. Y he hecho una lista de todos nuestros amigos, familiares, de sus amigos, de sus compañeros y todos me parecen inocentes y culpables. No quiero pensar en nada más, no quiero pensar en que si la hubiera acompañado no sentiríamos este miedo, que ella estaría aquí. Como siempre, como cada día, con nosotros tres. Lo miro y me doy cuenta de que su presencia es importante en nuestras vidas. Pocas veces han pasado más de dos días sin que visitara nuestra casa. Es un buen amigo. Lo curioso es que a medida que voy tachando nombres, por ridículos e imposibles, cuando llego al suyo me lo salto. No sé porqué pero lo dejo para más adelante.
He vuelto a casa con ellas, aquí es donde me siento más seguro. Creo que le voy a coser los párpados, ahora sus ojos me miran como los de su padre. Hoy he notado cómo la duda aparecía en su mirada. Dentro de nada la sospecha le llevará a dar mi nombre a la policía. Ingratos, dónde mejor que conmigo puede estar ella. Nadie las ha cuidado tanto como yo. Aquí están, cada una en su camita. Incluso algunas, para que no se sientan solas duermen juntitas. Tan bonitas, tan quietas, tan calladas, tan dóciles. Como a mí me gustan las mujeres. No nos separaran, lo tengo todo planeado. Aparto los muebles, extiendo la alfombra, las tumbo formando un círculo y me acuesto en el centro. He dejado cerca de mis manos lo que necesito, así que sujeto los párpados, empujo la cuchara y haciendo palanca hago saltar mi ojo izquierdo. Hago lo mismo con el otro ojo. El dolor es insoportable pero no quiero, si sobrevivo, ver nada más que no sea a ellas. Alargo la mano y cojo el cuchillo. Me corto las venas de las muñecas, tengo que ser rápido, tengo poco tiempo antes de perder la conciencia. Me despido nombrándoos una a una y rebano mi cuello. Con toda esta sangre, vuestra ropa se empapará, y estaremos más cerca que nunca. Cuando nos encuentren pensarán que estaba loco, les parecerá terrorífico ¿es que no saben hasta dónde se puede llegar por amor?
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El padre insiste, quiere que hablemos con el vecino. Desde la última vez que estuvo en su casa, ya han pasado cuatro días y, en 15 años, nunca han estado tanto tiempo sin verle. Llamo a la puerta, espero un par de minutos y vuelvo a insistir. Ni abre, ni oigo nada al otro lado. Decido preguntar a los otros vecinos si lo han visto y la contestación es negativa, además de coincidir que les resulta muy raro. Es un hombre metódico, con las mismas costumbres desde que lo conocen. La única persona que tiene alguna noticia es acerca de un paquete que le han dejado para él. Decido abrirlo, han pasado demasiados días y no tenemos ninguna pista de dónde puede estar la joven. Me sorprendo al ver lo que hay dentro, es ropa de mujer. Cinco conjuntos de ropa juvenil. Es demasiado extraño, ¿para qué quiere esa ropa si no tiene familia, si vive solo? Creo que debemos entrar en su casa.
Fuerzo la cerradura y al abrir la puerta un olor nauseabundo lo invade todo. Llego al salón y lo que veo es espeluznante. El cuerpo del vecino querido descompuesto y rodeado de cinco jóvenes que parecen seguir con vida. Me acerco, les tomo el pulso. Están muertas. Las reconozco a todas, cada una de las caras de los cinco casos que teníamos sin resolver. Y aquí están tan bien vestidas, tan bonitas, tan tiernas, tan deseables.