A cuatro letras
Si no voy al teatro, me muero. Si no voy al cine, me muero. Si no leo un libro, me muero. Si no veo una exposición, me muero. Me muero sin la cultura. Me matan sin la cultura. Me callan sin la cultura. Me callan con los deportes. Me embalsaman con un pisito. Me embalsaman con el colegio privado. Me embalsaman con las relaciones sociales. Y al final, me embalsaman con lo que me gano, pero, no, con lo que me merezco. Adios cultura. Adios criterio. Bienvenido don Dinero.
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sábado, 13 de abril de 2019
Despedida con tinta
Podría haberte escrito un correo frío e impersonal, despidiéndome de ti pero he preferido mandarte un sobre vacío con, tan solo, un "adiós" en minúsculas, como remitente. Un sobre que llevará impresas las huellas de los dedos con los que perfilaba cada curva y pliegue de tu cuerpo, que acercarás a tu nariz para inspirar el olor de mi perfume y recorrerás con la lengua la puntita de papel que he lamido para cerrarlo, buscando el sabor de mis besos. En 10x10 centímetros de color neutro, conservarás los recuerdos de cada uno de los minutos en los que, entre tu piel y la mía, no ha existido ni un resquicio que dejara paso, ni tan siquiera, a una brizna de aire. Un cuadrado perfecto para ponerle punto y final a un amor imperfecto.
martes, 11 de marzo de 2014
Deberes para la Universidad
Como es mi costumbre, no escribo si no es bajo presión. Y qué mejor que la que siento en el taller que he empezado en la Universidad.
Celebración
Qué casualidad. En la
pista de baile sonaba una de sus canciones preferidas. ¿Cuántos años habían
pasado sin que la hubiera vuelto a escuchar? ¿Veinticinco? Mientras se dejaba
llevar por los recuerdos, al mismo ritmo que hacía girar los hielos en su copa,
del otro lado de la sala una mujer, pequeña, con el pelo a lo garçon, y unas curvas que provocaron el
deseo de unos cuantos hombres y mujeres, que la acompañaron, con la mirada, hasta
que ella se detuvo en el centro de la pista y comenzó a balancear sus brazos,
su cabeza, los volantes de su falda, siguiendo la música. En ese instante, él levantó los
ojos y los dirigió hacia esa figura que
lo hipnotizó, obligándole a levantarse y a acercarse paso a paso, con
movimientos lentos, tímidos, hasta que, tan solo, los separaron unos
centímetros. Le ofreció su mano y aunque ella, en un primer momento, lo
rechazó, el hombre insistió, mostrándole su mejor sonrisa. Juntaron sus
cuerpos, se fundieron en uno y durante los tres minutos que duró la canción, no
existió para ellos nadie más. Pero cuando el último acorde dejó de sonar, la mujer se separó de él y se marchó; sin
darle tiempo a preguntarle cómo se llamaba, cómo podría localizarla. Desilusionado,
abandonó el local y se dirigió hacia su casa, soñando con la noche apasionada
que podría haber disfrutado y que había dejado escapar. Llegó al portal,
comenzó a subir las escaleras y a medida que iba llegando a su piso, oyó cómo
su mujer repetía, con un excelente acento francés, las frases que una voz
masculina repetía en la cinta de casete. Abrió la puerta, dejó las llaves en el mueble
de la entrada, se dirigió hacia el fondo del pasillo y al entrar en su
dormitorio y verla, recostada en la cama, ocupando tan poco espacio, lo único
que pudo decir, mientras una alegría inmensa lo invadía fue —Siempre fuiste más
rápida que yo—.
lunes, 9 de diciembre de 2013
Adiós
Egon Schiele |
Si me hubieras dicho ven…
Dices que te gusta tenerme ensartadita y me lo creo
porque, por mas que muevo las manos, los brazos, las piernas, no consigo
alejarme de ti. Estás tan dentro de mí que mi cuerpo ha dejado de pertenecerme
y solo obedece a tus deseos. Cogiéndome de las caderas, dibujas con ellas
círculos sobre tu pubis, provocando que a nuestro alrededor todo giré y giré.
No puedo centrar la mirada en ningún punto y dejo libres los ojos, que miran a
un lado y a otro, mientras una placentera sensación brota del punto mas cercano
a tu piel. Siguiendo la inercia causada por tus manos mi cuerpo dibuja pequeñas
eses, al mismo ritmo que nuestras respiraciones aumentan de intensidad.
Una intensidad silenciosa, como tú, como yo; nadie diría que te gusta, nadie
sabrá lo mucho que disfruto. Aunque decides hacia dónde vamos, mis labios han
conseguido acercarse a los tuyos y los besan suavecito, con una ligera caricia,
hasta que respondes, contigo tu lengua, que metes en mi boca, mezclando tu
saliva con la mía salada, dulce, dulce, salada y dejamos pasar el tiempo como
si nuestras lenguas estuvieran en medio de un vals. No has dejado de mirarme un
minuto y, aunque ya no te queda nada de mí por besar, me avergüenzo. No es una
vergüenza por lo que tú haces, repítelo tantas veces como quieras, pero sí por
mí, porque no me atrevo a morderte, a comerte, a acariciarte, a pesar de
quererlo, de quererte. Las horas pasan con tus dedos jugueteando, con las yemas
de los míos entreteniéndose en tu pecho, tus brazos. Ahora, abrázame. Abrázame
y miénteme. Abrázame y miénteme al decirme que las horas se convertirán en
días, que no nos separarán. Pero no
quieres, entonces me hablas de ti, de mí, de los dos, y ya no somos uno. Me observas mientras me visto, callado,
serio, con la despedida escrita en tu cara. Te miro y lo único que acierto a
decirte es un simple adiós, y me voy, lo hago llevándome tu olor como único
recuerdo de este instante: fugaz, apasionado
e inolvidablemente doloroso.
…, tal vez, lo
hubiera dejado todo.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Marina mía II
Segundo intento para una declaración de amor con cuatro letras.
Si su padre estuviera aquí, observándola en silencio, en algún momento lo rompería al decirle "Marinita cuatro ojos capitán de los piojos" y sé que se mirarían y se sonreirían mientras yo, al margen de su complicidad, descubriría en cada uno el reflejo del otro. Da igual que mirara a mi derecha o a mi izquierda, lo que encontraría son unas cejas perfectamente dibujadas enmarcando unos ojos grandes, despiertos, que, junto a unos labios que parecen coloreados, me contarían, cada día, sin necesidad de una palabra, sus alegrías o sus tristezas. Una nariz pequeña, que ella acariciaría con sus dedos índice y corazón en un gesto de impaciencia, de concentración, mientras leyera, nos hablara, nos mirara, soñara. Y aunque diera un salto por el resto de su cuerpo, me detendría en sus manos pequeñas, muy pequeñas, y exactas. En las de él podría ver las huellas que, tal vez, dejaría el paso del tiempo en las de ella y me entretendría acariciando la una, la otra, la de los dos a la vez. Y continuaría, callada, estudiando su parecido; escuchando cómo sus voces hablaban en la misma clave, acompasadas. Hasta que al final los vería abrazarse para conformar un par sin fisuras, tan solo con un mínimo espacio para mí. Y no me importaría que mi sitio fuera pequeño. Por que, en ese instante, serían míos, aunque no lo supieran, serían míos; hasta que se levantaran, se despidieran y fueran de otros.
Para ella, para que deje de lloriquear.
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El primer intento lo podéis encontrar aquí
Verano de 1992 |
Si su padre estuviera aquí, observándola en silencio, en algún momento lo rompería al decirle "Marinita cuatro ojos capitán de los piojos" y sé que se mirarían y se sonreirían mientras yo, al margen de su complicidad, descubriría en cada uno el reflejo del otro. Da igual que mirara a mi derecha o a mi izquierda, lo que encontraría son unas cejas perfectamente dibujadas enmarcando unos ojos grandes, despiertos, que, junto a unos labios que parecen coloreados, me contarían, cada día, sin necesidad de una palabra, sus alegrías o sus tristezas. Una nariz pequeña, que ella acariciaría con sus dedos índice y corazón en un gesto de impaciencia, de concentración, mientras leyera, nos hablara, nos mirara, soñara. Y aunque diera un salto por el resto de su cuerpo, me detendría en sus manos pequeñas, muy pequeñas, y exactas. En las de él podría ver las huellas que, tal vez, dejaría el paso del tiempo en las de ella y me entretendría acariciando la una, la otra, la de los dos a la vez. Y continuaría, callada, estudiando su parecido; escuchando cómo sus voces hablaban en la misma clave, acompasadas. Hasta que al final los vería abrazarse para conformar un par sin fisuras, tan solo con un mínimo espacio para mí. Y no me importaría que mi sitio fuera pequeño. Por que, en ese instante, serían míos, aunque no lo supieran, serían míos; hasta que se levantaran, se despidieran y fueran de otros.
Para ella, para que deje de lloriquear.
El primer intento lo podéis encontrar aquí
domingo, 10 de noviembre de 2013
Paso a paso, camino a camino, camiño a camiño
Lo que se lleva el camiño
Harta de verme
fea, mayor, ojerosa, en las fotografías de los últimos veranos, decidí que la
única parte de mi cuerpo, que todavía era fotogénica, eran mis pies, así que los
preparé a conciencia para las sesiones a las que los iba a someter. Unas
cuantas horas a remojo, un buen cepillado y cualquier resto de cansancio había
desaparecido, ya solo me quedaba tintar la uñas de aquel esmalte rojo coral que guardaba para alguna ocasión especial. Una pena tener que esconderlos ahora tan limpitos y
atractivos. Pero, bueno, sí o sí, las chirucas eran el mejor calzado para
recorrer el camino que me llevaría al destino elegido, Santiago. Días de
penuria, de kilómetros andados, fueron endureciendo mis talones, cubriendo mis
dedos de llagas como si las arrugas, la flacidez de mis mejillas, hubieran
descendido hasta ellos. Pero, aunque me sentía derrotada, no hubo fuente,
paisaje, taberna que no fuera fotografiada con mis pies en primer plano. Un disparate
para mis acompañantes pero un consuelo para mí. El camino se hizo duro; los
kilos de más, la edad, nos pasaron factura hasta que llegamos a la plaza del
Obradoiro. Y allí me encontraba, en medio de tanto peregrino, de cara a la
catedral, dispuesta a cumplir la promesa que me había hecho. Con todo el cuidado
me senté en mitad de la plaza, preparé la cámara a un lado, me quité las botas,
los calcetines, y dejé que los pies se airearan, jugueteando con los dedos,
mientras que el calor de ese día magnífico los aliviaba y, cuando ya me sentí
dispuesta, con un gran esfuerzo, levanté las piernas para que los pies quedaran
en primer término y, al fondo, la inmensidad del edificio y lo hice o, mejor
dicho, la hice, disparé la cámara, y esa imagen, tan soñada, quedó
inmortalizada. Durante unos minutos aguanté las risas de mis compañeros de
viaje, hasta que les di la
espalda y comencé a caminar sin volverme, sin saber
si me seguían, dejando atrás el peso de un pasado con el que llevaba a cuestas
demasiados años. Deambulé por las calles deshaciéndome poco a poco de todo mi
equipaje, sintiéndome cada vez más ligera. Encontré un pequeño albergue en el que
me alojé durante muchos días, en los que dejé que los minutos, las horas,
transcurrieran sin ningún control, libre de ataduras y culpas. Paseé por el cauce
arbolado del río Sarela, subí al mirador del Monte Pedroso, seguí a los caminantes hasta el Monte do Gozo, descubrí cada rincón de esta ciudad, sin más compañía que mi soledad. Me sentí liberada, tranquila,
feliz. El murmullo de las hojas, del viento, del agua, fue lo único que escuché,
ningún pensamiento tuvo cabida. Y, hoy, tiempo después, da igual cuánto, solo
importa que soy otra, me encuentro en el kilómetro cero de mi renacimiento, viviendo
de lo que gano en un puestecito en el que vendo postales con paisajes del camino,
con mis pies como protagonistas, y las fotografías que les hago a los
peregrinos de sus pies ante la fachada de la catedral. Mis pasos me trajeron aquí
y no sé adónde me llevarán, de lo que sí estoy segura es de que mis ojeras,
mis arrugas, desde aquel día, se difuminan, con la luz recuperada de mis ojos, y de que ya no me importa, incluso me gusta, salir de cuerpo entero.sábado, 26 de octubre de 2013
La Esfera Cultural y Juanlu
Horizonte triangular
Solo un triangulito de tela me separa de la total desnudez. Si miro al horizonte y te busco en la distancia, te encontraré mirándome, a través de los prismáticos. Seguro que una de tus fantasías es que un golpe de mar deshaga los pequeños lazos que descansan en mis caderas y que la frondosidad que imaginas entre mis piernas se muestre tan solo ante ti. Creo que voy a simular que no puedo luchar contra la corriente a ver si, de una vez, bajas de tu torre de vigilancia, me tomas en tus brazos y me devuelves el aliento al juntar tus labios a los míos. El verano está punto de terminar y, por lo que veo, detrás de un torso perfecto, de unos muslos fuertes, torneados, se esconde un tímido enfermizo. No pasa nada, mi aspecto delicado esconde una mujer decidida, apasionada. Ya lo verás cuando te atrape con mis piernas y no te deje marchar. No sé si, entonces, desearás que hubiera sido una sirena.
Para continuar con las colaboraciones con Juanlu:
Esta ilustración la hizo para mi relato 3.10 minutos de encantamiento. ¿A que son maravillosos esos labios rojos, esa mirada tan complice, a que parece que están bailando y amando de verdad?
domingo, 8 de septiembre de 2013
Verídico a medias o menos
¡Sorpresa!
Basándome en algunos hechos que me han ocurrido este verano, sobre todo en unas llamadas que he recibido un par de días, he escrito este relato de ficción. Ficción que se puede hacer realidad, si me topo con el autor de las llamadas. Yo y mis tijeras (no he equivocado el orden) sumaríamos, a la lista, un nuevo "castrati"
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