Mientras he leído
El viento ligero en Parma de Vila-Matas (recomendadísimo) he confeccionado una lista de escritores, músicos, periodistas, ciudades, pinturas, películas, directores que el escritor nombra en su libro y que me he propuesto estudiar a fondo, aunque a la mayoría ya los conozco. Y aquí estoy, desde hace un mes, tachando los nombres que aparecen en los cuatro folios que ocupa el listado. Un placer que me ha provocado, una vez más, la imposibilidad de escribir una línea; el conocer a extraordinarios escritores me ha empequeñecido. No me importa, no me voy a convertir en
Bartleby y compañía (también de Vila-Matas); recuperaré mi tamaño y, quizas, tenga la suerte de que su influencia se vea en mis cuatro letras.
De momento, conmovida aún después de haber visto Invictus, os dejo el poema de
William Ernest Henley que Mandela se recitaba en los malos momentos del cautiverio y que da nombre a la película. Creo que nos puede servir de consuelo en este momento. ¿No pensáis que lo último que hay que dejar es que se adueñen de nuestras almas?
Invictus
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me econtrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.